sábado, 19 de diciembre de 2009

Por qué no el eje derecha/izquierda

La estrategia implementada por el comando de Frei para esta segunda vuelta intenta posicionar al candidato y su coalición en el eje equivocado. Los votos que decidirán esta elección se rigen menos por el eje Izquierda/Derecha, contando todas sus graduaciones intermedias, que por un eje que hoy es predominante y proporciona las claves para la segunda vuelta.

Considerando solamente los mensajes que están haciendo públicos los voceros del comando de Frei y el propio candidato, la estrategia es bien simple y por lo tanto clara: derecha/mayoría democrática. A esta oposición se le suman algunos pocos atributos difusos que identificarían eso que ellos nombran con la palabra derecha: vinculación a la Dictadura, acumulación de poder económico y político y poder  omnipotente del dinero, todo versus el poder de la gente. Aunque ya no se habla explícitamente de gente, las coordenadas, en todo caso, nos recuerdan la campaña del No, con la salvedad de que en lugar de atraerse valores hacia sí (hacia "la gente"), la estrategia actual de la Concertación se dedica a demonizar los valores de su rival, justo el procedimiento que siguió el SÍ el 88.


El eje izquierda/derecha explica desde luego la posición ideológica de los partidos y la de los adherentes o simpatizantes a dichos espacios ideológicos, pero aunque capta muchas motivaciones que cuentan en la intención de voto, no es hoy el mapa más potente para significar la realidad, y menos cuando -como es el caso hoy en día- el peso de las herramientas comunicacionales puede exceder, y por mucho, significaciones ideológicas.

En Chile, como se sabe, la media nacional ha estado levemente inclinada del centro hacia la izquierda. Una pequeña élite compuesta por los descendientes europeos de la conquista e inmigrantes varios ha mantenido sus privilegios a costa de un porcentaje de población mucho mayor, compuesto básicamente por mestizos. Si se ha producido realmente un avance de estas clases postergadas, éste se ha debido a las consignas ideológicas que el Estado, de la mano de los gobiernos concertacionistas, ha convertido en derechos y beneficios, siempre bajo el entendido de que en Chile existe una severa desigualdad. Este ánimo de justicia social, sin embargo, es distinto al que encarnaron, con matices menos y más acentuados, los gobiernos reformistas de Frei Montalva y Allende. Durante la era de la Concertación, el modelo de desarrollo con justicia social se procuró satisfacer sólo en la medida que el modelo económico herededado de la Dictadura lo hacía viable.

Si la mayoría en Chile ha permanecido cautiva de la filial concertacionista ha sido porque dicho modelo se ha sostenido con los valores sociales que dice representar. Pero en la práctica, a causa de la paulatina difuminación del enemigo pinochetista y de la vistoza y boyante eclosión económica, la polarización ha ido perdiendo tensión y sentido mientras la lucha entre los adversarios de siempre se ha ido desplazando cada vez más hacia el centro y por el centro. En esta posición, quien saca mayor ventaja en la batalla es aquel que encauza mejor ese centro. Pero ¿cómo se hace esto?

El error de la Concertación ha sido creer que la porción del centro que le ha dado la mayoría conserva una filiación ideológica ¿justificada? con el dicho de que Chile es un país de centro izquierda, como si algo así pudiera ser un hecho esencial, inmodificable. En otras palabras, no ha entendido que al distenderse la oposición izquierda/derecha han cedido las oposiciones y con ellas las posiciones de una importante cantidad de electores que pasaron a formar parte del centro, un centro cada vez menos ideologizado y más pragmático para el que el discurso de la desigualdad ha ido perdiendo sentido y vigor, lo que además se ve reforzado porque un gran porcentaje de ese centro pertenece a una clase media que ha llegado a ser tal sólo estas últimas décadas y bajo los valores e imperativos del libre mercado, el que debe aparecérseles como la verdadera balsa que, sumada a sus esfuerzos individuales, los sacó adelante.

Este porcentaje de gente es el que quizás dé forma hoy en Chile -se verá el 17- a una nueva mayoría. Es decir, no parece cosa ilusoria que la mayoría esté dejando de ser aquella que se ha visto beneficiada por las subvenciones estatales y haya empezado a ser la que ha sumado a esos beneficios el fruto de sus esfuerzos y aptitudes. Un tipo de personas para quienes el carril por el que han prosperado en la vida sienten debérselo a empresas y a sí mismos que a los gobiernos concertacionistas, acusados sin mayores distinciones de dilapidar y hasta robar recursos públicos de los que ellos ya no se sienten beneficiarios, pero sí donantes. Si esto es así, a fin de cuentas se debe a que la vigencia de los sentidos y valores ideológicos ha cedido a la de los sentidos y valores propios al libre mercado.

En efecto, si agregamos al ambiente despolarizado (y despolitizado) este creciente poder significador que hoy detentan los sentidos y valores individualistas fraguados en la  persistente y transformadora influencia del modelo económico -que ha cambiado el lenguaje y la mentalidad de muchísimos chilenos, incluidos los propios gobiernos concertacionistas al comenzar a hablar de "crecimiento" en vez de "desarrollo"- no queda más que admitir  que el mapa vigente hoy día para entender la realidad es todo menos ideológico. Y esto al punto de poderse afirmar sin mayor escozor que hoy la política está subordinada a la economía, por no decir que lleva impregnado su lenguaje, valores y lógica, de acuerdo a la cual parece calcular cada movimiento según su rentabilidad en imagen y popularidad.

Mientras la producción de mensajes destinados a seducir a las audiencias se incrementa día a día -no sólo para inducir compras, sino todo tipo de comportamientos- así, tal como las ideologías en su tiempo, los mensajes que hablan de satisfacción individual han comenzado a servir también, sólo con pequeñas modificaciones, para inducir votos. Sin embargo, un mensaje no es suficiente.  Para competir por la atención del público se requiere algo más que ser una oferta más en el mercado, por mucho que el mercado haya desplazado con sus centros comerciales al centro político. Se necesita ante todo ajustarse a los tiempo coincidiendo con los mapas en formación, lo que puesto en otras palabras quiere decir adecuarse al contexto, e incluso, para producir mejores resultados electorales, representar aquellos sentidos y valores útiles para administrarla y actuar eficientemente en ella, como de hecho enseña la propia economía.

Ante este escenario, la política (pero qé entendemos hoy por tal) no lo tiene fácil por varias razones. Entre ellas quizás la más gravitante sea que su oferta es  -o ha solido ser- colectiva antes que individual. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si la comunicación política ha permanecido  en los últimos años atada a la necesidad de dar sentido a lo colectivo o si ese sentido -imprescindible en una elección presidencial- se ha resignificado o, más bien, reimaginado en una  expresión mucho más acorde con el individualismo imperante. Pienso en lo que se acostumbra a considerar como el óptimo de la comunicación política actual, que antepone y hasta superpone a una tendencia ideológica una lustrosa puesta en escena del candidato expuesto -o caracterizado- en su sensibilidad,  capacidad y atractivo personales. Pero estas cualidades, si bien buscan iconizar a un individuo para que los demás individuos quieran o deseen verse representados en él y por él,  son recursos necesarios a falta de otros recursos, pues -tal parece- no hay mucho más que representar. La razón es más o menos simple: este objeto del deseo individual o fetiche político parece más adecuado a una sociedad de consumo como la nuestra que los valores y las aspiraciones colectivas difuminadas y disgregadas en la consumación individual de los deseos e intereses propios.

Al final no debiera ser un secreto que la medida para el éxito político, en una sociedad donde los códigos del mercado marcan la pauta, dependa de una conexión armoniosa entre ese lenguaje del interés individual y la idea -con ella basta- del bien común. Si esta conexión no es realmente muy posible, no importa. Lo relevante no es su posibilidad efectiva, sino la imaginación de su mera posibilidad, pues con eso basta para detonar sentido allí donde las expectativas, siempre hambrientas cuando se les ofrece tanto por tan poco, hacen el resto. La clave entonces, en una campaña hoy, es posicionar al candidato en este mapa de la reallidad de modo que aparezca como su adalid. Al respecto, cualquier puede percibir las ventajas comparativas de Piñera, que teniendo los valores de la eficacia empresarial-individual de su lado, ha sabido capitalizarlos políticamente haciendo algo muy oportuno (o más bien oportunista): fusionar ese mapa dominante del libre mercado con el ya decadente de la justicia social, algo que se hace, obviamente, como un tipo de colonización semántica donde una lengua habla por otra, justo lo que la derecha venía haciendo sin saber cuando, por ejemplo, en lugar de la "igualdad" fue instalando otra arenga social: "igualdad de oportunidades". Piñera tuvo el olfato para percibir el auge de estos valores de mercado en el mercado de las opiniones. Él supo ponerle el cascabel al gato y desequilibrar la balanza de la desigualdad hacia su lado, el lado del mercado vestido de Estado.


Pero esto, como aventuraba, ha necesitado años de maduración. ¿Qué ha ido pasando en las últimas elecciones? La metáfora de la herramienta es muy propia a las campañas de la derecha en los últimos tiempos. Todo comenzó con Lavín, quien frente a una Coalición que sumaba 10 años en el poder, posicionó la idea del cambio. En su mensaje el cambio expresaba la necesidad de alternancia conjugada con la reivindicación del servicio público, entendido éste demagógicamente como solución inmediata a los "reales problemas de la gente". De este modo se posicionaba un nuevo tipo de autoridad política representado por él en contraste con la política tradicional de la vereda opuesta, distante y distraída en los vericuetos del aparato público lo mismo que en sus embelesos y abstracciones demagógicas como "la ciudadanía". Pero más que eso, inconscientemente -sin duda inconscientemente- se utilizaba la lógica de mercado para darle sentido a la política, e incluso a la democracia en tanto gobierno del pueblo, convertido ahora en cliente con derecho a reclamo ante el servidor -ahora sí- público.

Pero Lavín tenía el inconveniente de ser UDI, o sea estar demasiado escorado hacia la derecha a la vista de una mayoría nacional dependiente del Estado y aún condicionable ideológicamente por las connotaciones que entonces mantenía vigentes la figura de Pinochet. Lagos representaba, del otro lado, su opuesto escorado hacia la izquierda. Ganó porque representó una satisfacción en apariencia más contundente del viejo anhelo de igualdad. Ganó porque pudo aún sostener la vigencia del eje tradicional adquiriendo una posición más próxima al centro cada vez más economizado. No por nada su slogan fue “crecer con igualdad”.

Para la Concertación, con el triunfo de Bachelet las cosas no parecieron ser a la postre distintas. Pesó con ella lo que la gente eligió cuando la impuso como candidata a pesar de los partidos: las connotaciones de una mujer y una madre: su sensibilidad, su figura acogedora y donante. Este caudal simbólico logró inclinar a su favor un gran número de la porción femenina del creciente electorado de centro y voto cada vez más oscilante, que le dio el triunfo al sumarse con  la clientela del segmento D para quienes ella era la adalid, ahora sí, de la justicia social. Pero la pregunta que no se hizo entonces es si esa mayoría compuesta seguía estando levemente inclinada hacia la izquierda en el eje habitual derecha/izquierda. Como a Lagos, el triunfo a Bachelet le costó: se acumulaban más años de Concertación y el candidato Piñera representaba con más fuerza el cambio como alternancia potenciada por sus rasgos ejecutivos más sólidos. Y pese a ello, fue precisamente el cambio, en mayor medida que su perfil político, lo que decidió su triunfo. La razón es muy simple: la primera mujer encabezando un gobierno -y lo que eso significa en Chile- pareció suficiente innovación como para esperar algo más, no importa mucho qué, pues de una madre bondadosa no se duda, sólo se espera, y con redoblada confianza. Pese a todo, lo que cabía esperar de esta madre aún interpretaba un ansia de mayor igualdad, si bien esta ansia ya se parecía menos a la justicia social (en este aspecto Lagos se acabaría convirtiendo en una decepción) y un poco más al antiguo chorreo, que esta vez era interpretado por un creciente grupo de ciudadanos  según unas expectativas de ascenso social mediante  el carril laboral ya probado. Lo importante de constatar, de todos modos, es que las opciones de un futuro candidato concertacionista que fuese asociable a un cambio se reducían.
Para estas elecciones, al igual que en todas las anteriores, la Concertación ha intentado alcanzar el triunfo posicionándose en el mismo eje que ellos creen que les dio todas sus victorias sobre la derecha. Pendientes siempre de reproducir muy bien el problema de la desigualdad, de nuevo el eje fue izquierda/derecha. La hipótesis base debió decir, por lo tanto, que los votos del centro seguían escorados hacia la izquierda. Pero cargaban esta vez con 20 años de gobierno y, cuestión determinante, Piñera y su coalición, haciendo campaña durante cuatro años y muy conscientes que “la derecha” ha sido incapaz de ganar una elección presidencial desde el Gobierno reformista de Frei padre, habían logrado posicionarse manteniendo y abundando en el marco mental del Cambio, que no necesitaba de mayor definición porque podía significarse por sí solo gracias a un gobierno con tantos años desgastando su patrimonio de honorabilidad en el poder. Además, al mantenerse indefinido, este "cambio" podía asociarse a cualquier expectativa de cambio o novedad, como puede ser otra forma de hacer las cosas, más eficiente y eficamente, sin abusar de las sombras del aparato estatal. De hecho -y esto es lo que parece haberse olvidado o tal vez ignorado-, fue la polivalencia de este concepto lo que permitió a Bachelet ganar. Nadie sabe para quién trabaja, y en esa elección contra el cambio ya añejo de Lavín y la breve posta de Piñera, un "cambio" impulsado por la derecha destinado a desmarcarse de su semántica de origen construyó el camino para que se eligiera a la primera mujer presidente, una representante más fidedigna de cambio en la política por la generosidad y empatía de su género y forma de ser; una figura de peso simbólico propio, no concertacionista; una figura que no se eligió por un voto de confianza en la izquierda, sino en la personalidad icónica de una mujer. Las concesiones hacia la Concertación, si aún quedaban, estaban por extinguirse con la caída de Lagos.

A pesar de ese tiro por la culata, la derecha para el 2009 fue más clara porque decidió jugar en otro terreno, uno donde ella no cargara con la imagen de "la derecha", todo con el propósito de atraer al electorado centrista oscilante y algo más que atraer, pues si la montaña no va hacia Mahoma... Esto de "centrizarse" ya lo había logrado Aznar en España con su camuflaje de la derecha como "centrismo reformista", que seguía una estrategia ideada por expertos republicanos de EEUU. Algo parecido, incluyendo la variante inmigratoria, dio el triunfo a Sarkozy en Francia. Por su lado, tal como hizo Rodríguez Zapatero el 2008, el mensaje de Frei  el 2009 se remitió a fórmulas convencionales dictadas por el eje izquierda/derecha. Poniendo el acento en al anti-derechismo, esta vez articulado con la variante más Estado contra el imperio del mercado representado por Piñera, la estrategia se cifraba en una respuesta frente a una coyuntura de crisis que a principios de año acaparaba titulares y concitaba emociones en favor del humanismo de izquierdas. Con ella se logró al menos  neutralizar el ataque de la derecha a la mala gestión de las políticas públicas del Gobierno, pero ¿debía descansar toda la estrategia en argumentos que respondían al eje derecha/izquierda? ¿Estaba situado en esa lógica el electorado oscilante? Todo depende de la  utilidad y vigencia de ese eje para interpretar la realidad y para ofrecer sentidos que despierten más expectativas. Si miramos la realidad a través de interpretaciones, todo depende del cristal con que se mire.
La pregunta decisiva es si el electorado que define las elecciones -un electorado cuyo tercio central (si acaso existen aún los tres tercios) la DC tuvo comiendo de su mano en los tiempos de la polarización, pero que ahora se ha autonomizado de ella- sigue estando inclinado hacia la izquierda. La popularidad de Bachelet demostraría que sí de acuerdo al eje clásico izquierda/derecha. Pero si bien eso importó en su triunfo electoral, no fue la razón determinante. Sí lo fue el cambio que ella representaba conjugado con la desigualdad, porque una mujer, caritativa y protectora, daba auspicios de equilibrar la balanza socio-económica. La eterna promesa de la igualdad se renovaba, y cuando se materializó como "protección social", el personaje mujer -o en su caso más bien madre- elegido cobró sentido y fue premiado. Pero, ¿constituía esta premiación un escenario electoral favorable por sí mismo a la Concertación? ¿Acaso reposicionaba la vigencia del eje tradicional de la política moderna, polarizada entre izquierdas y derechas? El "Más Estado" de Frei acabó conjugándose como más "protección social", pero si esto no tuvo efecto, es por al menos siete razones, todas vinculables a la mirada de los electores de centro puesta en el futuro, como sucede siempre en una elección, pero especialmente cuando el cambio ha cobrado sentido.

1. Piñera no sólo aprovechó el posicionamiento de la necesidad y conveniencia del cambio. Su campaña ha posicionado un nuevo eje: cambio(futuro)/pasado. Si el tradicional derecha/izquierda corre en forma horizontal, éste lo hace en forma vertical. Esto significa que amplía las dimensiones de la cancha abriendo otros espacios no significados por la polaridad izquierda/derecha. En él, Piñera no necesita atraer al centro hacia la derecha, sino hacia el cambio. Y al representar él mismo el cambio  (porque su contendor no ha sido competencia en este punto), inmediatamente Frei ha quedado representando lo contrario, el pasado. Esto tiene un costo adicional porque le resta fuerza para encarnar algún progreso, y en cambio Piñera, desde la posición de futuro que nubla su posición política de origen, puede asimilarse a ciertos valores ajenos a la derecha si sabe encajarlos en una apuesta de futuro que es más seductora y creíble en cuanto novedad efectiva.

2. MEO. Este candidato logró posicionar un eje que se nutría del de Piñera pero más bien desde la izquierda. El suyo fue Progresismo/Conservadurismo, donde Progresismo se modulaba como tal y también como el verdadero cambio, contrario al de los dos candidatos conservadores, que representaban además el pasado. El eje izquierda/derecha, como a Piñera, no le servía y no lo usó porque, al igual que éste, quería cosechar del posicionamiento del cambio, pero a diferencia de Piñera, desde un progresismo que apareciera desideologizado. Fue una jugada magistral que puso en jaque principalmente a Frei, porque lo golpeaba donde mismo lo hacía Piñera, pero desde su propio lado de la cancha.

3. Frei había sido presidente. Esto abre muchos flancos, además de representar el pasado. El golpe de Piñera a Frei era tanto por querer repetirse el plato, como por representar a una Concertación con 20 años en el poder, desgastada y deshonesta. MEO repetía estos golpes -el segundo mucho más particularizado- sumando las implicaciones de una élite concertacionista cebada con el poder y representante de una total ausencia de renovación generacional. Con ello le daba más sustancia al slogan binario de Piñera de la nueva/vieja forma de hacer política, del futuro como posibilidad que sólo se abre dejando atrás el pasado. Ese quiebre temporal necesitaba de chivos expiatorios y MEO los brindó. Pero este mismo gesto, al no cargar contra la Concertación, abría la posibilidad de pensar en un cambio interno de ella, y un cambio definido, no vago, dependiente de la renovación generacional de sus cuadros dirigenciales carcomidos por los vicios del poder. Este cambio en la Concertación se imaginaba además como cambio en la función de la política, y por lo tanto cambio de Chile. Y todo para el bien de todos. MEO obtuvo el 20% de adhesión nacional  en la primera vuelta, y si bien sus votos no son homogéneos en sus intenciones, sí confluyen en este "cambio".

4. Para el electorado de centro ajeno a MEO, sus imputaciones afirmaban sus críticas contra el conglomerado y hacían aun menos creíble su capacidad de proponer renovación, futuro. El slogan concertacionista de la continuidad, aunque fuese aplicado a las políticas de protección social (que la retórica de Piñera y su comando pronto absorbieron), podía ampliarse en sus alcances y significar -gracias a la prestancia y polisemia del "cambio"- más de lo mismo. Ese "lo mismo" estaba cada vez más cargado negativamente, lo que hacía de la continuidad una estrategia que perdía su norte.

5. Las debilidades del Frei candidato, fácilmente contrastables, más que asociables, al carisma de Bachelet y a la novedad que en su momento supuso una mujer.

6. El “robo” de MEO al progresismo de Frei. Frei partió como caballo de carreras impulsando una nueva Constitución. Pero sus banderas progresistas le fueron arrebatadas por un MEO que debió sentir que Frei le robaba el quién vive. Por supuesto, este candidato más joven e impetuoso, sin un pasado que escrutar y con proyectos de ley que lo respaldaban, las tenía de ganar en esta arena. El progresismo más creíble y profundo de MEO le permitió instalar este eje que supuso, en mi opinión, una cierta neutralización del eje con el que Piñera quería ir moviendo su cerco hacia el centro y aun más allá, como se lo ve ahora intentando captar  toda la votación de MEO que pueda creerle sus contorsiones acrobáticas.

7. Gracias a los gobiernos de la Concertación, la clase media creció. Esto significa que más gente de centro con voto oscilante aumentó y recibió el influjo de los valores que son propios a la visión empresarial del mundo, frecuentemente difundidos por los medios de comunicación chilenos y especialmente la prensa, casi absolutamente representante de esa tendencia y del sector que la encarna. En otras palabras, la desigualdad parece remediable con la herramienta empresarial porque es más efectiva que la estatal. Esto en el sentido de un mejor tipo de gestión, tanto por su eficiencia como por su eficacia. Esta  imagen de gestión exitosa -no de chorreo, como acostumbraba la derecha, pero en parte asociable a él- borró el tipo de sensibilidad que la guía. Más que borrarse, la imagen de la sensibilidad del guía mutó. En esto no pueden desconocérsele a Piñera sus méritos como actor.

Vistas así las cosas, parece absurdo pretender una fácil transferencia de votos desde Bachelet a Frei. La pregunta que no se hizo cuando se decidió ese maquillaje era si convenía posicionar a Frei en el eje derecha/izquierda considerando que el electorado de centro tenía más variantes y ofertas más atractivas -por su valor coyuntural- para decidir su voto. No se pensó en la vigencia de las variables sobre las que se ideó la estrategia de primera vuelta y sobre todo la de segunda vuelta. No se entendió bien qué variables dieron a Bachelet su triunfo. No se pensó en las variables más útiles para dibujar un futuro vinculable a Frei, sólo se leyeron y obedecieron las expectativas explícitas de la gente sin siquiera interpretarlas antes de vertirlas a una campaña. Se olvidó, supongo, que si la gente tiene pocas expectativas centradas en la política, las campañas están para  crearlas, no para satisfacer ese conformismo. Una campaña debe ser ser o al menos contener como ingrediente una representación del futuro. Eso forja ilusiones. Pero no, nada de eso, ahora en segunda vuelta se ha apelado más que antes a variables del pasado, sumiendo la figura de Frei en su añeja investidura. Por momentos esto parece una danza macabra.
Probablemente, con MEO presente en primera vuelta no era fácil instalar un vector de futuro, comúnmente necesitado de una idea de cambio y especialmente en el caso de Frei, por lo que él significa. Pero a pesar que ahora esto es distinto, la estrategia sigue apostando por lo mismo, incluso ante la evidencia de que el núcleo del voto oscilante de centro fue atraído hacia nuevos emblemas, como el cambio y el progresismo. Es obvio que hacia ese espacio debe también moverse Frei, no sólo algunos personeros de la Concertación, que lo hacen sin  concierto o banda sonora que los inspire y les dé mayor credibilidad. Sin un líder, es difícil que ese movimiento no luzca como una desesperación.

Las claves para el personaje Frei están tanto en su primer perfilamiento, cuando se lanzó en campaña a fines del 2008, como en el progresismo que es capaz de representar si acoge seria y contundentemente las propuestas de MEO que él mismo intentó comandar. Esa agenda progresista, precisamente porque las defendía este candidato independiente que se situaba en el centro, no despierta antipatías o temores anti-izquierda, en buena medida porque lo contrario, gracias al eje en el que se posiocionó, se llama conservadurismo. Frei debe actuar ya, antes que Piñera siga y consiga, con toda la retórica y parafernalia de la que es capaz, embolinar la perdiz al voto oscilante del progresismo de MEO.

Se debe evitar en cuanto antes que Frei siga transmitiendo en clave obsoleta. Por debajo de la mesa están pasando cosas mucho más interesantes para los electores de MEO, pero el candidato continúa hablando en la frecuencia izquierda/derecha, como intentando fidelizar su votación paupérrima y atraer a electores de izquierda que, se sabe, votarán contra la derecha sin necesidad que los convenzan. Y los que no están seguros quizás voten por un cambio profundo, ese que encarnaban -mejor que cualquier rostro o nombre- las propuestas progresista del comando de MEO. Son esas propuestas las que pueden definir esta elección a favor de Frei, no la defensa de los gobiernos de la Concertación. Esto se sabe a pesar de la estrategia comunicacional del comando. Bastaría que Frei volviera a hablar de una nueva Constitución para que entrase en el camino correcto diferenciándose de Piñera. Y contra el sistema binominal, si es que se atreve ahora que se necesitan palabras que comprometan acciones, no más maquillaje. Para qué decir si adopta la propuesta de reforma tributaria de MEO, que Piñera con su infinita frescura pretende haber hecho suya. Comprometida a fondo, tal vez devolvería vigor al eje izquierda/derecha, aunque ya parece tarde para ello.
En conclusión, conviene entender que el eje predominante hoy día no es Izquierda/Derecha. El perfilamiento de las propuestas de Frei que se conjugan allí deben hacerlo ahora en los ejes hoy predominantes. Faltando menos de un mes, el "cambio" sigue siendo posible en la Concertación -para fines comunicacionales al menos- como cambio de ella misma, no necesariamente como alternancia. Esto tiene potencial épico, pero se debería hacer cuanto antes. La conyuntura actual de una Concertación que comienza a mirarse por fin con ojos autocríticos  le da cierta credibilidad para vestirse con los colores del progresismo, que por lo demás muchos dentro de ella han suscrito, especialmente del PPD. Y sumado a todo lo anterior, sería oportuno contemplar la conveniencia de que Frei no tome palco en este proceso "de los partidos", como sus voceros vienen diciendo, sino que sea un protagonista. Pero protagonista que hace jugar a otros, otros  que representen renovación. Porque escuchar a Lagos Weber defendiendo los gobiernos de la Concertación es un despropósito. Si el comando no aparece marcándole rumbo a la Concertación, nada es creíble. El proyecto, eso que une voluntades, no pude ser el pasado. ¡Un futuro, por favor! ¡Y ahora! Antes que esto comience a heder.

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