sábado, 19 de diciembre de 2009

Por qué no el eje derecha/izquierda

La estrategia implementada por el comando de Frei para esta segunda vuelta intenta posicionar al candidato y su coalición en el eje equivocado. Los votos que decidirán esta elección se rigen menos por el eje Izquierda/Derecha, contando todas sus graduaciones intermedias, que por un eje que hoy es predominante y proporciona las claves para la segunda vuelta.

Considerando solamente los mensajes que están haciendo públicos los voceros del comando de Frei y el propio candidato, la estrategia es bien simple y por lo tanto clara: derecha/mayoría democrática. A esta oposición se le suman algunos pocos atributos difusos que identificarían eso que ellos nombran con la palabra derecha: vinculación a la Dictadura, acumulación de poder económico y político y poder  omnipotente del dinero, todo versus el poder de la gente. Aunque ya no se habla explícitamente de gente, las coordenadas, en todo caso, nos recuerdan la campaña del No, con la salvedad de que en lugar de atraerse valores hacia sí (hacia "la gente"), la estrategia actual de la Concertación se dedica a demonizar los valores de su rival, justo el procedimiento que siguió el SÍ el 88.


El eje izquierda/derecha explica desde luego la posición ideológica de los partidos y la de los adherentes o simpatizantes a dichos espacios ideológicos, pero aunque capta muchas motivaciones que cuentan en la intención de voto, no es hoy el mapa más potente para significar la realidad, y menos cuando -como es el caso hoy en día- el peso de las herramientas comunicacionales puede exceder, y por mucho, significaciones ideológicas.

En Chile, como se sabe, la media nacional ha estado levemente inclinada del centro hacia la izquierda. Una pequeña élite compuesta por los descendientes europeos de la conquista e inmigrantes varios ha mantenido sus privilegios a costa de un porcentaje de población mucho mayor, compuesto básicamente por mestizos. Si se ha producido realmente un avance de estas clases postergadas, éste se ha debido a las consignas ideológicas que el Estado, de la mano de los gobiernos concertacionistas, ha convertido en derechos y beneficios, siempre bajo el entendido de que en Chile existe una severa desigualdad. Este ánimo de justicia social, sin embargo, es distinto al que encarnaron, con matices menos y más acentuados, los gobiernos reformistas de Frei Montalva y Allende. Durante la era de la Concertación, el modelo de desarrollo con justicia social se procuró satisfacer sólo en la medida que el modelo económico herededado de la Dictadura lo hacía viable.

Si la mayoría en Chile ha permanecido cautiva de la filial concertacionista ha sido porque dicho modelo se ha sostenido con los valores sociales que dice representar. Pero en la práctica, a causa de la paulatina difuminación del enemigo pinochetista y de la vistoza y boyante eclosión económica, la polarización ha ido perdiendo tensión y sentido mientras la lucha entre los adversarios de siempre se ha ido desplazando cada vez más hacia el centro y por el centro. En esta posición, quien saca mayor ventaja en la batalla es aquel que encauza mejor ese centro. Pero ¿cómo se hace esto?

El error de la Concertación ha sido creer que la porción del centro que le ha dado la mayoría conserva una filiación ideológica ¿justificada? con el dicho de que Chile es un país de centro izquierda, como si algo así pudiera ser un hecho esencial, inmodificable. En otras palabras, no ha entendido que al distenderse la oposición izquierda/derecha han cedido las oposiciones y con ellas las posiciones de una importante cantidad de electores que pasaron a formar parte del centro, un centro cada vez menos ideologizado y más pragmático para el que el discurso de la desigualdad ha ido perdiendo sentido y vigor, lo que además se ve reforzado porque un gran porcentaje de ese centro pertenece a una clase media que ha llegado a ser tal sólo estas últimas décadas y bajo los valores e imperativos del libre mercado, el que debe aparecérseles como la verdadera balsa que, sumada a sus esfuerzos individuales, los sacó adelante.

Este porcentaje de gente es el que quizás dé forma hoy en Chile -se verá el 17- a una nueva mayoría. Es decir, no parece cosa ilusoria que la mayoría esté dejando de ser aquella que se ha visto beneficiada por las subvenciones estatales y haya empezado a ser la que ha sumado a esos beneficios el fruto de sus esfuerzos y aptitudes. Un tipo de personas para quienes el carril por el que han prosperado en la vida sienten debérselo a empresas y a sí mismos que a los gobiernos concertacionistas, acusados sin mayores distinciones de dilapidar y hasta robar recursos públicos de los que ellos ya no se sienten beneficiarios, pero sí donantes. Si esto es así, a fin de cuentas se debe a que la vigencia de los sentidos y valores ideológicos ha cedido a la de los sentidos y valores propios al libre mercado.

En efecto, si agregamos al ambiente despolarizado (y despolitizado) este creciente poder significador que hoy detentan los sentidos y valores individualistas fraguados en la  persistente y transformadora influencia del modelo económico -que ha cambiado el lenguaje y la mentalidad de muchísimos chilenos, incluidos los propios gobiernos concertacionistas al comenzar a hablar de "crecimiento" en vez de "desarrollo"- no queda más que admitir  que el mapa vigente hoy día para entender la realidad es todo menos ideológico. Y esto al punto de poderse afirmar sin mayor escozor que hoy la política está subordinada a la economía, por no decir que lleva impregnado su lenguaje, valores y lógica, de acuerdo a la cual parece calcular cada movimiento según su rentabilidad en imagen y popularidad.

Mientras la producción de mensajes destinados a seducir a las audiencias se incrementa día a día -no sólo para inducir compras, sino todo tipo de comportamientos- así, tal como las ideologías en su tiempo, los mensajes que hablan de satisfacción individual han comenzado a servir también, sólo con pequeñas modificaciones, para inducir votos. Sin embargo, un mensaje no es suficiente.  Para competir por la atención del público se requiere algo más que ser una oferta más en el mercado, por mucho que el mercado haya desplazado con sus centros comerciales al centro político. Se necesita ante todo ajustarse a los tiempo coincidiendo con los mapas en formación, lo que puesto en otras palabras quiere decir adecuarse al contexto, e incluso, para producir mejores resultados electorales, representar aquellos sentidos y valores útiles para administrarla y actuar eficientemente en ella, como de hecho enseña la propia economía.

Ante este escenario, la política (pero qé entendemos hoy por tal) no lo tiene fácil por varias razones. Entre ellas quizás la más gravitante sea que su oferta es  -o ha solido ser- colectiva antes que individual. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si la comunicación política ha permanecido  en los últimos años atada a la necesidad de dar sentido a lo colectivo o si ese sentido -imprescindible en una elección presidencial- se ha resignificado o, más bien, reimaginado en una  expresión mucho más acorde con el individualismo imperante. Pienso en lo que se acostumbra a considerar como el óptimo de la comunicación política actual, que antepone y hasta superpone a una tendencia ideológica una lustrosa puesta en escena del candidato expuesto -o caracterizado- en su sensibilidad,  capacidad y atractivo personales. Pero estas cualidades, si bien buscan iconizar a un individuo para que los demás individuos quieran o deseen verse representados en él y por él,  son recursos necesarios a falta de otros recursos, pues -tal parece- no hay mucho más que representar. La razón es más o menos simple: este objeto del deseo individual o fetiche político parece más adecuado a una sociedad de consumo como la nuestra que los valores y las aspiraciones colectivas difuminadas y disgregadas en la consumación individual de los deseos e intereses propios.

Al final no debiera ser un secreto que la medida para el éxito político, en una sociedad donde los códigos del mercado marcan la pauta, dependa de una conexión armoniosa entre ese lenguaje del interés individual y la idea -con ella basta- del bien común. Si esta conexión no es realmente muy posible, no importa. Lo relevante no es su posibilidad efectiva, sino la imaginación de su mera posibilidad, pues con eso basta para detonar sentido allí donde las expectativas, siempre hambrientas cuando se les ofrece tanto por tan poco, hacen el resto. La clave entonces, en una campaña hoy, es posicionar al candidato en este mapa de la reallidad de modo que aparezca como su adalid. Al respecto, cualquier puede percibir las ventajas comparativas de Piñera, que teniendo los valores de la eficacia empresarial-individual de su lado, ha sabido capitalizarlos políticamente haciendo algo muy oportuno (o más bien oportunista): fusionar ese mapa dominante del libre mercado con el ya decadente de la justicia social, algo que se hace, obviamente, como un tipo de colonización semántica donde una lengua habla por otra, justo lo que la derecha venía haciendo sin saber cuando, por ejemplo, en lugar de la "igualdad" fue instalando otra arenga social: "igualdad de oportunidades". Piñera tuvo el olfato para percibir el auge de estos valores de mercado en el mercado de las opiniones. Él supo ponerle el cascabel al gato y desequilibrar la balanza de la desigualdad hacia su lado, el lado del mercado vestido de Estado.


Pero esto, como aventuraba, ha necesitado años de maduración. ¿Qué ha ido pasando en las últimas elecciones? La metáfora de la herramienta es muy propia a las campañas de la derecha en los últimos tiempos. Todo comenzó con Lavín, quien frente a una Coalición que sumaba 10 años en el poder, posicionó la idea del cambio. En su mensaje el cambio expresaba la necesidad de alternancia conjugada con la reivindicación del servicio público, entendido éste demagógicamente como solución inmediata a los "reales problemas de la gente". De este modo se posicionaba un nuevo tipo de autoridad política representado por él en contraste con la política tradicional de la vereda opuesta, distante y distraída en los vericuetos del aparato público lo mismo que en sus embelesos y abstracciones demagógicas como "la ciudadanía". Pero más que eso, inconscientemente -sin duda inconscientemente- se utilizaba la lógica de mercado para darle sentido a la política, e incluso a la democracia en tanto gobierno del pueblo, convertido ahora en cliente con derecho a reclamo ante el servidor -ahora sí- público.

Pero Lavín tenía el inconveniente de ser UDI, o sea estar demasiado escorado hacia la derecha a la vista de una mayoría nacional dependiente del Estado y aún condicionable ideológicamente por las connotaciones que entonces mantenía vigentes la figura de Pinochet. Lagos representaba, del otro lado, su opuesto escorado hacia la izquierda. Ganó porque representó una satisfacción en apariencia más contundente del viejo anhelo de igualdad. Ganó porque pudo aún sostener la vigencia del eje tradicional adquiriendo una posición más próxima al centro cada vez más economizado. No por nada su slogan fue “crecer con igualdad”.

Para la Concertación, con el triunfo de Bachelet las cosas no parecieron ser a la postre distintas. Pesó con ella lo que la gente eligió cuando la impuso como candidata a pesar de los partidos: las connotaciones de una mujer y una madre: su sensibilidad, su figura acogedora y donante. Este caudal simbólico logró inclinar a su favor un gran número de la porción femenina del creciente electorado de centro y voto cada vez más oscilante, que le dio el triunfo al sumarse con  la clientela del segmento D para quienes ella era la adalid, ahora sí, de la justicia social. Pero la pregunta que no se hizo entonces es si esa mayoría compuesta seguía estando levemente inclinada hacia la izquierda en el eje habitual derecha/izquierda. Como a Lagos, el triunfo a Bachelet le costó: se acumulaban más años de Concertación y el candidato Piñera representaba con más fuerza el cambio como alternancia potenciada por sus rasgos ejecutivos más sólidos. Y pese a ello, fue precisamente el cambio, en mayor medida que su perfil político, lo que decidió su triunfo. La razón es muy simple: la primera mujer encabezando un gobierno -y lo que eso significa en Chile- pareció suficiente innovación como para esperar algo más, no importa mucho qué, pues de una madre bondadosa no se duda, sólo se espera, y con redoblada confianza. Pese a todo, lo que cabía esperar de esta madre aún interpretaba un ansia de mayor igualdad, si bien esta ansia ya se parecía menos a la justicia social (en este aspecto Lagos se acabaría convirtiendo en una decepción) y un poco más al antiguo chorreo, que esta vez era interpretado por un creciente grupo de ciudadanos  según unas expectativas de ascenso social mediante  el carril laboral ya probado. Lo importante de constatar, de todos modos, es que las opciones de un futuro candidato concertacionista que fuese asociable a un cambio se reducían.
Para estas elecciones, al igual que en todas las anteriores, la Concertación ha intentado alcanzar el triunfo posicionándose en el mismo eje que ellos creen que les dio todas sus victorias sobre la derecha. Pendientes siempre de reproducir muy bien el problema de la desigualdad, de nuevo el eje fue izquierda/derecha. La hipótesis base debió decir, por lo tanto, que los votos del centro seguían escorados hacia la izquierda. Pero cargaban esta vez con 20 años de gobierno y, cuestión determinante, Piñera y su coalición, haciendo campaña durante cuatro años y muy conscientes que “la derecha” ha sido incapaz de ganar una elección presidencial desde el Gobierno reformista de Frei padre, habían logrado posicionarse manteniendo y abundando en el marco mental del Cambio, que no necesitaba de mayor definición porque podía significarse por sí solo gracias a un gobierno con tantos años desgastando su patrimonio de honorabilidad en el poder. Además, al mantenerse indefinido, este "cambio" podía asociarse a cualquier expectativa de cambio o novedad, como puede ser otra forma de hacer las cosas, más eficiente y eficamente, sin abusar de las sombras del aparato estatal. De hecho -y esto es lo que parece haberse olvidado o tal vez ignorado-, fue la polivalencia de este concepto lo que permitió a Bachelet ganar. Nadie sabe para quién trabaja, y en esa elección contra el cambio ya añejo de Lavín y la breve posta de Piñera, un "cambio" impulsado por la derecha destinado a desmarcarse de su semántica de origen construyó el camino para que se eligiera a la primera mujer presidente, una representante más fidedigna de cambio en la política por la generosidad y empatía de su género y forma de ser; una figura de peso simbólico propio, no concertacionista; una figura que no se eligió por un voto de confianza en la izquierda, sino en la personalidad icónica de una mujer. Las concesiones hacia la Concertación, si aún quedaban, estaban por extinguirse con la caída de Lagos.

A pesar de ese tiro por la culata, la derecha para el 2009 fue más clara porque decidió jugar en otro terreno, uno donde ella no cargara con la imagen de "la derecha", todo con el propósito de atraer al electorado centrista oscilante y algo más que atraer, pues si la montaña no va hacia Mahoma... Esto de "centrizarse" ya lo había logrado Aznar en España con su camuflaje de la derecha como "centrismo reformista", que seguía una estrategia ideada por expertos republicanos de EEUU. Algo parecido, incluyendo la variante inmigratoria, dio el triunfo a Sarkozy en Francia. Por su lado, tal como hizo Rodríguez Zapatero el 2008, el mensaje de Frei  el 2009 se remitió a fórmulas convencionales dictadas por el eje izquierda/derecha. Poniendo el acento en al anti-derechismo, esta vez articulado con la variante más Estado contra el imperio del mercado representado por Piñera, la estrategia se cifraba en una respuesta frente a una coyuntura de crisis que a principios de año acaparaba titulares y concitaba emociones en favor del humanismo de izquierdas. Con ella se logró al menos  neutralizar el ataque de la derecha a la mala gestión de las políticas públicas del Gobierno, pero ¿debía descansar toda la estrategia en argumentos que respondían al eje derecha/izquierda? ¿Estaba situado en esa lógica el electorado oscilante? Todo depende de la  utilidad y vigencia de ese eje para interpretar la realidad y para ofrecer sentidos que despierten más expectativas. Si miramos la realidad a través de interpretaciones, todo depende del cristal con que se mire.
La pregunta decisiva es si el electorado que define las elecciones -un electorado cuyo tercio central (si acaso existen aún los tres tercios) la DC tuvo comiendo de su mano en los tiempos de la polarización, pero que ahora se ha autonomizado de ella- sigue estando inclinado hacia la izquierda. La popularidad de Bachelet demostraría que sí de acuerdo al eje clásico izquierda/derecha. Pero si bien eso importó en su triunfo electoral, no fue la razón determinante. Sí lo fue el cambio que ella representaba conjugado con la desigualdad, porque una mujer, caritativa y protectora, daba auspicios de equilibrar la balanza socio-económica. La eterna promesa de la igualdad se renovaba, y cuando se materializó como "protección social", el personaje mujer -o en su caso más bien madre- elegido cobró sentido y fue premiado. Pero, ¿constituía esta premiación un escenario electoral favorable por sí mismo a la Concertación? ¿Acaso reposicionaba la vigencia del eje tradicional de la política moderna, polarizada entre izquierdas y derechas? El "Más Estado" de Frei acabó conjugándose como más "protección social", pero si esto no tuvo efecto, es por al menos siete razones, todas vinculables a la mirada de los electores de centro puesta en el futuro, como sucede siempre en una elección, pero especialmente cuando el cambio ha cobrado sentido.

1. Piñera no sólo aprovechó el posicionamiento de la necesidad y conveniencia del cambio. Su campaña ha posicionado un nuevo eje: cambio(futuro)/pasado. Si el tradicional derecha/izquierda corre en forma horizontal, éste lo hace en forma vertical. Esto significa que amplía las dimensiones de la cancha abriendo otros espacios no significados por la polaridad izquierda/derecha. En él, Piñera no necesita atraer al centro hacia la derecha, sino hacia el cambio. Y al representar él mismo el cambio  (porque su contendor no ha sido competencia en este punto), inmediatamente Frei ha quedado representando lo contrario, el pasado. Esto tiene un costo adicional porque le resta fuerza para encarnar algún progreso, y en cambio Piñera, desde la posición de futuro que nubla su posición política de origen, puede asimilarse a ciertos valores ajenos a la derecha si sabe encajarlos en una apuesta de futuro que es más seductora y creíble en cuanto novedad efectiva.

2. MEO. Este candidato logró posicionar un eje que se nutría del de Piñera pero más bien desde la izquierda. El suyo fue Progresismo/Conservadurismo, donde Progresismo se modulaba como tal y también como el verdadero cambio, contrario al de los dos candidatos conservadores, que representaban además el pasado. El eje izquierda/derecha, como a Piñera, no le servía y no lo usó porque, al igual que éste, quería cosechar del posicionamiento del cambio, pero a diferencia de Piñera, desde un progresismo que apareciera desideologizado. Fue una jugada magistral que puso en jaque principalmente a Frei, porque lo golpeaba donde mismo lo hacía Piñera, pero desde su propio lado de la cancha.

3. Frei había sido presidente. Esto abre muchos flancos, además de representar el pasado. El golpe de Piñera a Frei era tanto por querer repetirse el plato, como por representar a una Concertación con 20 años en el poder, desgastada y deshonesta. MEO repetía estos golpes -el segundo mucho más particularizado- sumando las implicaciones de una élite concertacionista cebada con el poder y representante de una total ausencia de renovación generacional. Con ello le daba más sustancia al slogan binario de Piñera de la nueva/vieja forma de hacer política, del futuro como posibilidad que sólo se abre dejando atrás el pasado. Ese quiebre temporal necesitaba de chivos expiatorios y MEO los brindó. Pero este mismo gesto, al no cargar contra la Concertación, abría la posibilidad de pensar en un cambio interno de ella, y un cambio definido, no vago, dependiente de la renovación generacional de sus cuadros dirigenciales carcomidos por los vicios del poder. Este cambio en la Concertación se imaginaba además como cambio en la función de la política, y por lo tanto cambio de Chile. Y todo para el bien de todos. MEO obtuvo el 20% de adhesión nacional  en la primera vuelta, y si bien sus votos no son homogéneos en sus intenciones, sí confluyen en este "cambio".

4. Para el electorado de centro ajeno a MEO, sus imputaciones afirmaban sus críticas contra el conglomerado y hacían aun menos creíble su capacidad de proponer renovación, futuro. El slogan concertacionista de la continuidad, aunque fuese aplicado a las políticas de protección social (que la retórica de Piñera y su comando pronto absorbieron), podía ampliarse en sus alcances y significar -gracias a la prestancia y polisemia del "cambio"- más de lo mismo. Ese "lo mismo" estaba cada vez más cargado negativamente, lo que hacía de la continuidad una estrategia que perdía su norte.

5. Las debilidades del Frei candidato, fácilmente contrastables, más que asociables, al carisma de Bachelet y a la novedad que en su momento supuso una mujer.

6. El “robo” de MEO al progresismo de Frei. Frei partió como caballo de carreras impulsando una nueva Constitución. Pero sus banderas progresistas le fueron arrebatadas por un MEO que debió sentir que Frei le robaba el quién vive. Por supuesto, este candidato más joven e impetuoso, sin un pasado que escrutar y con proyectos de ley que lo respaldaban, las tenía de ganar en esta arena. El progresismo más creíble y profundo de MEO le permitió instalar este eje que supuso, en mi opinión, una cierta neutralización del eje con el que Piñera quería ir moviendo su cerco hacia el centro y aun más allá, como se lo ve ahora intentando captar  toda la votación de MEO que pueda creerle sus contorsiones acrobáticas.

7. Gracias a los gobiernos de la Concertación, la clase media creció. Esto significa que más gente de centro con voto oscilante aumentó y recibió el influjo de los valores que son propios a la visión empresarial del mundo, frecuentemente difundidos por los medios de comunicación chilenos y especialmente la prensa, casi absolutamente representante de esa tendencia y del sector que la encarna. En otras palabras, la desigualdad parece remediable con la herramienta empresarial porque es más efectiva que la estatal. Esto en el sentido de un mejor tipo de gestión, tanto por su eficiencia como por su eficacia. Esta  imagen de gestión exitosa -no de chorreo, como acostumbraba la derecha, pero en parte asociable a él- borró el tipo de sensibilidad que la guía. Más que borrarse, la imagen de la sensibilidad del guía mutó. En esto no pueden desconocérsele a Piñera sus méritos como actor.

Vistas así las cosas, parece absurdo pretender una fácil transferencia de votos desde Bachelet a Frei. La pregunta que no se hizo cuando se decidió ese maquillaje era si convenía posicionar a Frei en el eje derecha/izquierda considerando que el electorado de centro tenía más variantes y ofertas más atractivas -por su valor coyuntural- para decidir su voto. No se pensó en la vigencia de las variables sobre las que se ideó la estrategia de primera vuelta y sobre todo la de segunda vuelta. No se entendió bien qué variables dieron a Bachelet su triunfo. No se pensó en las variables más útiles para dibujar un futuro vinculable a Frei, sólo se leyeron y obedecieron las expectativas explícitas de la gente sin siquiera interpretarlas antes de vertirlas a una campaña. Se olvidó, supongo, que si la gente tiene pocas expectativas centradas en la política, las campañas están para  crearlas, no para satisfacer ese conformismo. Una campaña debe ser ser o al menos contener como ingrediente una representación del futuro. Eso forja ilusiones. Pero no, nada de eso, ahora en segunda vuelta se ha apelado más que antes a variables del pasado, sumiendo la figura de Frei en su añeja investidura. Por momentos esto parece una danza macabra.
Probablemente, con MEO presente en primera vuelta no era fácil instalar un vector de futuro, comúnmente necesitado de una idea de cambio y especialmente en el caso de Frei, por lo que él significa. Pero a pesar que ahora esto es distinto, la estrategia sigue apostando por lo mismo, incluso ante la evidencia de que el núcleo del voto oscilante de centro fue atraído hacia nuevos emblemas, como el cambio y el progresismo. Es obvio que hacia ese espacio debe también moverse Frei, no sólo algunos personeros de la Concertación, que lo hacen sin  concierto o banda sonora que los inspire y les dé mayor credibilidad. Sin un líder, es difícil que ese movimiento no luzca como una desesperación.

Las claves para el personaje Frei están tanto en su primer perfilamiento, cuando se lanzó en campaña a fines del 2008, como en el progresismo que es capaz de representar si acoge seria y contundentemente las propuestas de MEO que él mismo intentó comandar. Esa agenda progresista, precisamente porque las defendía este candidato independiente que se situaba en el centro, no despierta antipatías o temores anti-izquierda, en buena medida porque lo contrario, gracias al eje en el que se posiocionó, se llama conservadurismo. Frei debe actuar ya, antes que Piñera siga y consiga, con toda la retórica y parafernalia de la que es capaz, embolinar la perdiz al voto oscilante del progresismo de MEO.

Se debe evitar en cuanto antes que Frei siga transmitiendo en clave obsoleta. Por debajo de la mesa están pasando cosas mucho más interesantes para los electores de MEO, pero el candidato continúa hablando en la frecuencia izquierda/derecha, como intentando fidelizar su votación paupérrima y atraer a electores de izquierda que, se sabe, votarán contra la derecha sin necesidad que los convenzan. Y los que no están seguros quizás voten por un cambio profundo, ese que encarnaban -mejor que cualquier rostro o nombre- las propuestas progresista del comando de MEO. Son esas propuestas las que pueden definir esta elección a favor de Frei, no la defensa de los gobiernos de la Concertación. Esto se sabe a pesar de la estrategia comunicacional del comando. Bastaría que Frei volviera a hablar de una nueva Constitución para que entrase en el camino correcto diferenciándose de Piñera. Y contra el sistema binominal, si es que se atreve ahora que se necesitan palabras que comprometan acciones, no más maquillaje. Para qué decir si adopta la propuesta de reforma tributaria de MEO, que Piñera con su infinita frescura pretende haber hecho suya. Comprometida a fondo, tal vez devolvería vigor al eje izquierda/derecha, aunque ya parece tarde para ello.
En conclusión, conviene entender que el eje predominante hoy día no es Izquierda/Derecha. El perfilamiento de las propuestas de Frei que se conjugan allí deben hacerlo ahora en los ejes hoy predominantes. Faltando menos de un mes, el "cambio" sigue siendo posible en la Concertación -para fines comunicacionales al menos- como cambio de ella misma, no necesariamente como alternancia. Esto tiene potencial épico, pero se debería hacer cuanto antes. La conyuntura actual de una Concertación que comienza a mirarse por fin con ojos autocríticos  le da cierta credibilidad para vestirse con los colores del progresismo, que por lo demás muchos dentro de ella han suscrito, especialmente del PPD. Y sumado a todo lo anterior, sería oportuno contemplar la conveniencia de que Frei no tome palco en este proceso "de los partidos", como sus voceros vienen diciendo, sino que sea un protagonista. Pero protagonista que hace jugar a otros, otros  que representen renovación. Porque escuchar a Lagos Weber defendiendo los gobiernos de la Concertación es un despropósito. Si el comando no aparece marcándole rumbo a la Concertación, nada es creíble. El proyecto, eso que une voluntades, no pude ser el pasado. ¡Un futuro, por favor! ¡Y ahora! Antes que esto comience a heder.

viernes, 18 de diciembre de 2009

¿El fin de Marco?

Marco no accederá a apoyar a Frei porque se desperfilaría. Ni hablar de apoyar a Piñera. Pero lo que ahora está haciendo considero que es un error. Y lo comete por una ambición torpe. Su figura, más que sólo a su audacia y juventud, se debe al vigor que respiran sus temas, la agenda progresista que logró poner sobre la mesa y que le da sentido a su hidalguía. Pero ahora, en lugar de llevar esta bandera hacia alguna parte, parece creer que lo mejor es cruzársela al pecho. Seguramente piensa en el 2014, porque viéndolo ahora brilla su ambición personalista, para no hablar de vanidad. Al final, triste ironía, podría sucumbir a manos de lo que tanto criticó: el presidencialismo.

En estos días, cuando decide no dar apoyo a ningún candidato porque transaría la lealtad de sus votantes, pretende mantener el apoyo de éstos para su futuro político como candidato. Pero se equivoca. No se trata de él, si no de los cambios que impulsó, esa es su plataforma. En otras palabras, no está bien que ahora se lo vea tratando de fidelizar a sus adherentes mientras mira de brazos cruzados la contienda electoral. Y menos cuando la noticia por el lado de Frei comienza a ser las conversaciones para integrar estos temas. Estoy de acuerdo, no debe dar ningún apoyo a un candidato, pero sí debe hacer lo posible por no aparecer desinteresado de la contienda. Eso revela que él está especulando con la muerte de la Concertación.

En lugar de extender tantos brazos hacia la gente intentando consolidar su fidelidad, debería seguir viéndoselo como real agente de cambio. Ese es el perfil que debe promocionar para sí. Y se promociona con acciones donde aparezca luchando por sus ideas. Acciones donde aparezca como tenaz impulsor de sus grandes aspiraciones para Chile, que parten por eliminar el binominal, una nueva Constitución, reforma tributaria, reforma laboral, elección democrática de intendentes, etc. Si algo debe hacer valer Marco son sus ideas. Ellas son las que pueden seguir dándole posicionamiento. Ellas trascienden esta elección y pueden hacerlo trascender a él como su más fidedigno impulsor. El tipo tiene pasta para un perfil de este tipo, llamémoslo posmoderno: tiene flexibilidad, astucia, sensibilidad y valor. Piñera tiene todos eso menos la sensibilidad, pero queda por ver si acaso MEO demuestra su tenacidad. Si ya está pensando en el 2014 se ve oportunismo, no tenacidad. Se ve egoísmo, entrega para sí, no para el país. Y además se cofirma lo que dijera Aylwin: eso de que para llegar arriba se debe partir desde abajo. Pero MEO parece no querer torcer el rumbo hacia la presidencia. Y hay que torcerlo, hay que trabajar para comenzar a merecer, porque no todo se consigue por ambición, sentido de la oportunidad y manejo mediático. Bueno, Piñera no es la demostración de lo contrario, ni siquiera en los negocios, fértiles por sus rapaces "pasadas".

Las conversaciones que hoy se están abriendo son las ventanas del futuro que la Concertación, si toma y encarna el testimonio y los compromisos que se le ofrecen, podría representar. Son ideales, justo lo que ella parece no tener, al menos a la luz de lo que muchas personas perciben y creen. Cuando alguien se juega por sus ideales, la credibilidad la tiene ganada. Y especialmente cuando esos ideales son anhelados por tantos otros. Esa es la política más digna, la que representa con valor las aspiraciones de las personas. Y estas aspiraciones son casi todas políticas, al menos en el sentido de que buscan emparejar la cancha para una democracia y una igualdad más efectivas. No dudo que todos los que votaron por MEO votaron pensando en esto. Para ellos, para mí, el "cambio" de Piñera no tenía nada que ver con esto, aunque intentara acomodarlo a la mayor cantidad posible de deseos. A estos ideales debe apuntar Frei. MEO tiene una oportunidad allí, en esas conversaciones. No es difícil que aparezcan como conversaciones y no negociaciones si él no da su apoyo a Frei por las razones que ha dicho; otra cosa es por quién vota, pero ese voto puede ser no por un quién sino por un qué: sus propuestas. En ese escenario puede posicionarse ya no vestido con su uniforme para parecer mayor, sino de mangas de camisa trabajando en algo que no sea su candidatura. Eso le hace falta a su imagen. Si no lo hace, los partidos de la Concertación van a comerse sus propuestas y dejarlo sin piso. Otra cosa es si la Concertación pierde. Pero MEO no puede aparecer apostando por perdedor. Además, si lucha por sus ideales, no sólo ganará él, también ganará Frei... gracias a él.

MEO no tiene muchas opciones. Su movimiento Copihue suena a patria que sólo se recuerda en día de fiesta..., electoral en este caso. Si sus ideas -que podían convertirse en ideales si él sigue luchando por ellas- se transan en el  febril mercado político de estas próximas semanas, su figura quedará convertida en una cáscara, un rostro pincelado por el marketing y sin mensaje claro. En lugar de cruzar los dedos por que pierda la Concertación e intentar transmitir el mensaje -abstracto para el electorado chileno masivo- de ser un representante de una política que escucha y respeta las aspiraciones y decisiones de las personas, MEO, y en esto tiene razón Seguelá, debe ser un actor en la contingencia que más se centra siempre en el país y su destino. Es una oportunidad que no puede dejarse pasar, aunque quede sólo un mes.

Quizás Marco tiene un plan que yo no advierto, pero la pelota que podría estar en sus pies transformándolo en la figura clave de la renovación política hoy, ha comenzando a correr lejos de su actual posición. Peor, ha comenzado a correr sin él. Esto es peligroso por donde se lo mire si quiere mantener vigente su posicionamiento. Sus ideas pueden triunfar sin que se las identifique con él. Si la Concertación, gracias a este oxígeno, lograra reanimar su cuerpo de ideales mientras Marco sigue corriendo con colores propios para el 2014, Marco desaparecerá. Si se preocupa de cuidar su capital obtenido esperando incrementarlo con la muerte de la Concertación -esto recuerda al oportunista Piñera-, sólo se habrá inmolado. Hasta ahora ha perdido su sueldo, pero su capital de imagen conseguido se le puede esfumar de las manos si no lo utiliza para un fin más noble que el que parece tener en vista. Sus adeptos, al menos los que son líderes de opinión, tienen ahora puestas las expectativas en el futuro de las ideas progresistas, no en Marco. Esto lo dice todo.

Lo importante es que sus propuestas reformistas no mueran.

 

miércoles, 16 de diciembre de 2009

No hay peor/mejor astilla que la del mismo palo

Otro comentario a Tironi. Su columna esta vez está muy sugerente. Son días fértiles para la imaginación, incluyendo la de un posteo de un cazamarco (mr. Long) que está divertidísimo. No te lo pierdas: http://www.etebe.cl/2009/12/reconciliacion/comment-page-1/#comment-953

Excelente analogía. De gran potencial para producir interpretaciones.

Mi turno.

Aquí me parece que están hablando de la ley, dictada y encarnada por padre o madre en su rol de autoridad familiar. El adolescente se rebela -y revela- contra esa ley porque le impone límites a su recién descubierta libertad. Y necesariamente se rebela contra sus representantes, o sea sus cancerberos.

También se rebela, como describe Eugenio Tironi, contra el trato paternalista. En este caso siente restringida y hasta humillada su recién estrenada conciencia de sí, que por lo general se alimenta de fantasías ajenas al mundo estrecho de la casa y sus tutores, que pueden persistir en la imagen infantil de esa persona que no dejan ser persona, situándolo y tratándolo según esa imagen que ellos crearon y no según la que el joven pretende para sí.

Pero el paternalismo es más que cariño. Es un efecto de dominación. Tratar así es anular la ignorancia –fuente de respeto- que siempre persiste respecto de otro. Convertir a otra persona en la imagen que nos hacemos de ella es una falta de respeto que dará origen a muchas más. Y se puede llegar lejos, incluso a la peor de las violencias, como cuando esa imagen es una etiqueta degradante, según ocurre aún hoy en los dominios rurales, o como todos sabemos que llegó hasta el paroxismo en la Alemania nazi contra el “invasor” judío.

Si se está en condiciones de reaccionar a ella, la respuesta a la violencia, aunque se ejerza inconsciente o solapadamente, suele ser la violencia. Este fenómeno del asesinato del padre era considerado por Freud como el germen del “malestar en la cultura”, que él refería a la culpa, cuyo origen detectaba en el sentimiento de los hijos luego del asesinato. Pero el ciclo parece inevitable. La autoridad es la que sabe y no se equivoca. Esto, como la historia lo demuestra a raudales, a fin de cuentas no es otra cosa que la defensa de un poder, aunque sea el del padre frente al hijo, pero el padre como poseedor de la verdad que el hijo deberá vencer par hacer valer la suya. La solución, creo, es un trato alejado de los roles de autoridad. Si uno ve en el hijo algo que tiene que educar y proteger, se generará un vínculo de dependencia. Y la dependencia es la cuna de las relaciones de poder entre los hombres. Esto lo enseñó el primer teórico moderno de la educación, Rousseau.

Las reglas que deben primar en un hogar para garantizar los derechos de todos no deben quedar encarnadas en los padres, usuales aprovechadores de esas reglas porque las han instalado para su beneficio y por lo tanto se comprenden por sobre ellas. Cuando el joven adquiere mayor conciencia, no tarda ni un minuto en detectar estas ilicitudes, sobre todo porque entonces tiene mucho más que perder, en cuanto reconoce y desea la libertad en el mundo civil que lo deslumbra. Quiere ser adulto en la casa cada vez que las reglas le imponen límites. Pero los padres no concederán esa promoción porque la categoría de adulto implicaría la pérdida de su dominio sobre el joven, expresada en el orden de la casa, es decir su jerarquía.

Esto es lo que no ha pasado en el PS y ha irritado tanto a quien tenía enormes deseos de ejercer su libertad y su identidad. Pero como le estaba desordenando la casa a un padre que la tenía toda ordenadita para su beneficio, éste se opuso. ¿Injusto? Claro, el desarrollo entraña dolores porque las medidas establecidas se tensionan. Eso implica siempre un cambio, donde quienes más pierden, más se oponen.

Y por eso valen las metáforas propietarias que ha usado Marco, que como todo huérfano no “sufrió” de parte de la autoridad paterna la imposición de límites a su desarrollo (adolescente es quien sufre creciendo). El padre, como figura ausente recreada mediante las propias expectativas identitarias, anima la audacia en el hijo. Esto se puede observar en muchos casos de huérfanos famosos que han querido romper con el pasado reescribiendo las leyes del futuro. Y si el padre encarnaba la libertad y el desenfado juvenil, ni qué decir. Marco debiera llamarse Desmarco, quiebre de los marcos impuestos. Y mi única duda sobre su eventual gobierno era ésta: su dudosa constancia controlando su ansiosa ambición.

Pero volviendo al punto, los partidos políticos presentan estructuras organizacionales en franca decadencia. Esto los aleja de las nuevas dinámicas sociales, familiares e incluso productivas. La política debe, entre otras cosas, dar sentido a la convivencia social, y los partidos deben presentar las ofertas de sentido. Pero caídas las ideologías que los vieron nacer, se ha quedado en un rol que ya ni siquiera es burocrático, como de a poco irá dejando de ser el Estado al que postulan, sino policíaco-mercantil. El que más tiene, más teme y más se cuida de quienes amenazan sus posesiones. ¿Cómo? Acaparando. En estas actitudes no hay ni atisbos de democracia, y precisamente en quienes son sus representantes. Al parecer, fiarse de los emblemas políticos, a estas alturas, es pecar de ingenuo. Los lobos se visten con piel de oveja.

Mucho mejor que la figura de la autoridad, hoy en crisis, es la del amigo. Lo digo pensando en el aprendizaje que puede obtenerse en la amistad, donde los consejos, si se dan, surgen desde la curiosidad antes que desde la certeza. La amistad es respeto porque es trato horizontal. Es aprecio y por lo tanto generosidad. Todo eso no calza con la actividad política, pero al menos podría inspirarla ahora que nada la inspira realmente salvo el poder. Mucho me temo no estar exagerando, así al menos en más del 50% de los políticos, y ciertamente más en la derecha, comenzando por el insaciable Piñera.

Por lo mismo, mejor que encarnar las leyes de la casa, el padre podría contentarse con escribirlas. Quiero decir que las reglas de la casa se hagan valer por sí mismas, pero que nadie esté por sobre ellas. Esto está supuesto en la voluntad general de Rousseau y en todas las leyes que duran, escritas y a la vista de todos. Así deben funcionar las reglas del juego democrático, así se asegura la convivencia y se autoriza a todas las voces. Eso se suponía que encarnaba la Concertación (en una imagen utópica, claro), pero los que muy pronto, demasiado pronto llegaron a ser patricios, hicieron lo que siempre hacen las castas: ejercer su poder para mantener su dominios. Asi puede devenir en imperio la república. Hoy la propiedad privada puede acabar por absorber a la pública.  ¿Pero cuál es la alternativa? ¿La hay?

Que los congéneres de Camilo hagan gestos de reconciliación tras la violencia comenzada por ellos mismos, bien. Pero que lo hagan porque les conviene, eso puede irritar. Se ve mal, muy mal esta Concertación indigente. No parece que crea en sí misma. Esa energía emocional no se encuentra en el oportunismo del padre, sino en su confianza y generosidad para con el hijo. Los hijos de la Concertación existen, pero parece que harán leña del árbol caído. Penosa decrepitud de una generación que pudo aspirar a la gloria entregando el testimonio pero prefirió conformarse con la codicia. Este es el síndrome del poder: no poder soltarlo. Chile país de rentistas, cada cual se busca su teta y ahí se queda colgado chupando hasta que pueda vender caro, se muera o lo saquen a patadas. La Concertación habrá muerto con las botas puestas en plena y urgida reacción. Los mayores, tal vez llegue a decir un historiador, nunca cedieron las riendas, nunca privilegiaron un proyecto por sobre sus eternos intereses o su adicción. ¿Qué queda? Si el viento fresco de la alternancia debía venir porque es sano para la democracia, bien, que venga. Lástima sí que llegue cabalgado por la derecha chilena.

Del fin de la Concertación, ya que no fue de sí misma, puede que quepa esperar la renovación. Su epitafio dirá: "Porque se ceyeron eternos, desoyeron las advertencias y acabaron muriendo mientras huían de la muerte."

La advertencia lleva escrita milenios. Todos sabemos qué nos espera, aunque hace falta humildad para recordarlo:

MEMENTO MORI

martes, 15 de diciembre de 2009

¡Rápido, a sufrir! Quedan 33 días

Comentario al comentario de Tironi sobre la "nueva" estrategia del comanda de Frei: http://www.etebe.cl/2009/12/la-hora-de-carola/comment-page-1/#comment-933

Uff. ¿Esto es hacer algo distinto? Lo que es obvio para muchos, no es obvio para pocos. Cuesta creerlo, pero así es, demostrado por ésta y otras evidencia desde el domingo.

No se trata del comando, todos saben que éste es un arma para ganar. No se trata de las apariencias, se trata del fondo. Buena parte de quienes simpatizamos con MEO lo hicimos pensando en una refundación de la Concertación. Probablemente ese era su propio anhelo antes de su candidatura. Pero no, se continúa apostando por posicionar a la Concertación en una encrucijada que ya no existe, la del Sí y el No. Hasta cuándo van a mirar para el lado. El oponente de la Concertación no es la derecha, sino ella misma. El futuro que hoy ofrece, con tantos errores a su espalda, debía ser distinto, debía implicar en primer lugar una autocrítica y cambios radicales, no cosméticos. Pero continúa la cosmética sin que los maquilladores se enteren siquiera de que al poner caras al lado de Frei sólo ponen en evidencia que él no se la puede solo. Un mal candidato es aun más malo enseñando sus muletas. La falta de liderazgo de Frei se sana parándolo sobre otra plataforma, otra Concertación que lo apoye. Él mismo no es ni un ídolo ni un mesías, pero a diferencia de Piñera, sabemos que Frei sí hace jugar a otros.

Nadie le quita méritos a Tohá, pero se ve a kilómetros que ella, como Bachelet, es fiel y obediente a la Concertación y a sus mayores; y esto al punto de priorizar la sobrevivencia de este conglomerado, tal como está, por sobre sus propios anhelos. Ahora la han puesto a negociar. ¿Qué puede lograr? Las cosas no van a cambiar por obra de los lacayos, sino de los señores feudales. Me parece, una vez más, que aquí, como dice Orrego, se intenta tapar el sol con un dedo. Y ni siquiera se atreven a poner los propios dedos, para no quemarse. Revertir las cosas hace necesario chivos expiatorios y más: después del sacrificio, el fénix renaciendo de las llamas. Eso es un rostro de verdad, porque da cara a un cuerpo renovado. El cuerpo necesita oxígeno y sangre fresca, pero debe clamar su reanimación, no una cirugía plástica.

En 30 días no se logran maravillas, pero han tenido años para producir cambios al interior de la coalición. No los promovieron porque los apernados prefieren el statu quo. Una lástima que la Concertación vaya a perder por el mal de la derecha, pero quizás estaba escrito, pues es la lógica del poder, de quienes lo tienen y hacen lo posible por mantenerlo. Siempre en esos casos hacen falta ideas que renueven el núcleo de la estructura decadente, no sus contornos. Pero aquí las ideas no han alumbrado mucho las mentes, que han preferido simplemente pedir ayuda, ahora incluso a MEO.

En el comando continúan escribiendo un patético obituario en lugar del futuro. Auth y Orrego piden refundación. Ojalá estén haciendo algo por ella, porque si no, sólo están posicionándose para cuando, tras la derrota, se rebarajen los naipes. Puede decirse que la Concertación se merece esta suerte, pero a Piñera se lo merecen quienes votan por él, no la mayoría de chilenos que, a falta de una oferta de valor, tendremos que tragarnos su gobierno. Molesta que la Concertación sea incapaz de cambiar. Nunca es fácil, pero hubo oportunidades y hay crisis, necesidad y urgencia. Parece que no entendieron que ella misma hizo crecer las expectativas, pero no supo representarlas porque no supo atreverse a sufrir.

Creciendo se sufre.Yo no voto por Piñera ni en sueños, pero ¿qué cambio doloroso ofrecen para no votar en blanco? No es que me crea ahora, cuando sólo se hace por la más inmediata de las conveniencias, un cambio de verdad, pero debido al escenario estoy dispuesto a aceptar al menos que corra sangre, hacia afuera y hacia dentro del cuerpo concertacionista. O sea que salgan algunos para que entren otros, porque no se necesitan nuevos rostros sin cargos. ¿O será mejor dejar que el cuerpo se desangre para que la centro-izquierda se reorganice? La última oportunidad es ahora, al menos para dar una señal de cambio, pero una señal de cambio potente, verosímil y humilde. Ese es el liderazgo que hace falta en esta Concertación anémica.


martes, 15 de septiembre de 2009

¿Por qué se inscribieron tan pocos jóvenes en los registros electorales?

Otra columna de Tironi que motiva un comentario de mi parte. Se trata esta vez de “No se inscribirán”, publicada hoy:
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2009/09/15/no-se-inscribiran.asp

Los jóvenes actuales se interesan poco no sólo en la política, también en el curso de los temas que afectan a la sociedad. ¿Por qué? Porque sus intereses se centran en la sociabilización de sus gustos y la comunidad que gira alrededor de ellos. No son hijos ni de Pinochet ni de la Concertación, su generación es hija del mercado, una época donde la política no ofrece nada parecidamente atractivo a las tantísimas ofertas de consumo  dedicadas a crear, satisfacer y alentar sus gustos.

Pero en décadas anteriores, los cordones umbilicales que conectaron a los jóvenes con la realidad social fueron políticos. Durante los años 60s y 70s, los índices de participación electoral aumentaron particularmente en este segmento etario. La causa fue la polarización, el enfrentamiento entre visiones de mundo opuestas, lo que se tradujo también en pugnas generacionales. En esos tiempos, la política fue central porque en su terreno se libró una batalla ideológica. Un escenario así de candente extendió su influencia y puso a lo social en el centro de estas miradas oponentes: mientras la izquierda quería transformar el statu quo, la derecha quería conservarlo. Así las cosas, la política podía concebirse como un medio determinante en procura de uno de estos fines; bastante concreto y reaccionario uno, bastante ideal y ansiado el otro. Más aun, cualquier agrupación joven tenía una posición activa respecto de la sociedad y la hacía saber mezclando la política con activismos de muy diferente cuño, pero siempre útiles para dar tiraje a la rebeldía juvenil. Los ídolos de aquella generación, personajes  selectos por vivir a fondo sus causas, no eran distintos a sus adoradores.


Hoy dichas causas políticas impulsadas por convicciones, expectativas, instinto gregario o lo que fuere, han dejado de existir como tales. Las causas o ideales aún existentes (ecológicas o humanitarias en su mayoría) no compiten en emoción con las ofertas del mercado. Con dinero se puede consumir de todo sin tomarse más tiempo que el que toma entretenerse. El aburrimiento -enemigo del consumo, el combustible que mueve al mercado- debe quedar a raya. Como dice Tironi parafraseando a Lipovetsky, la actual preponderancia del derecho al goce por sobre el deber y el compromiso determinan el actual escenario.

La explicación que yo me doy para entender este diagnóstico es la que vengo argumentando: los jóvenes actuales son hijos del mercado, no de las ideologías. Su atención, observo, no hace foco en algo que ataña a la sociedad en su conjunto. Ella se dispersa por cuanta oferta hay, y las ofertas, expuestas por los brazos mediáticos del mercado, son en verdad múltiples, muy variadas y dotadas, especialmente, de un poder seductor, simbólico e identitario mucho mayor que las ofertas políticas que cada cierto tiempo se acuerdan de los jóvenes. Y esto al punto que los jóvenes se parecen asombrosamente a esas ofertas. Muchos llegan a ocuparlas de modelo tal y como se les presentan en las innumerables vitrinas del mercado. ¿La razón? Así, tal como se venden, les dan el prestigio que ellos requieren. La creación de estas ofertas, que sigue una inteligencia de marketing probablemente más efectiva cada vez, determina que hablar de los jóvenes refiera hoy menos a una condición etaria o psicológica que a alguna agrupación con simbología particular, como los famosos pokemones, que tienen por lugar de encuentro las tiendas donde abastecen sus gustos y apariencia. Probablemente, la apreciación que tienen ellos de la sociedad está parcelada en conjuntos disociados de un todo unitario, aquella res publica de la que se ocupa la política.

Para jóvenes de mayor edad, empero, los problemas sociales que dan sentido a la política tampoco adquieren la suficiente notoriedad para despertar su interés. Viendo las cosas ahora desde este plano general, me pregunto: ¿qué es la sociedad hoy?, ¿qué es lo público? Casi todo se ha ido privatizando, pero en primer lugar la experiencia. El desarrollo económico impacta en el bolsillo, pero la mente y el comportamiento social se transforman. Los otrora ciudadanos han tendido hoy a convertirse en consumidores, reconocimiento de derechos incluido. Esta es hoy una sociedad cada vez menos asociada y confluyente en un todo y más fraccionada en partes disociadas de un centro orgánico. Las expectativas que alguna vez congregó la preocupación por lo público hoy son atraídas al mercado para satisfacer gustos e intereses de todo tipo, pero en general privados. Incluso el trabajo adquiere sentido en la medida que satisface el fin de poder participar más extensa y selectivamente de las ofertas omnipresentes.

De hecho, en el mercado se participa de muchos modos, no sólo de las ofertas de la moda o del día, de lo que se necesite o de lo que no se necesite pero se quiera tener quién sabe ya por qué, también de sus entretenciones públicas que atraen a jóvenes y adultos. La entretención ya es casi una máxima, una especie de derecho del consumidor que exige a los productos un formato ad hoc. Los noticiarios televisivos no son la excepción, y no sólo en Chile. Todo se convierte a esta lógica, no se sabe si primero fue el huevo o la gallina, la oferta o la demanda. El caso es que lo que le pasa a los productos también afecta a las personas. Pasa el tiempo y el comportamiento de éstas va reflejando la lógica del mercado, con agudizada competencia y exitismo en las instancias de trabajo y socialización, creciente adicción en las instancias de consumo y mayor hedonismo en las ocasiones de convivencia amistosa, todo condicionado por un deseo sobre-estimulado, como piensa Lipovetsky, que se impone con acentuada facilidad al deber.

En una sociedad donde la carencia ha cedido frente a la abundancia, no sorprende que la interacción con la realidad se articule crecientemente desde el individuo y escasamente desde la comunidad. Mimados por el mercado -otros lo estarán por el Estado- las expectativas no están asociadas a cambios sociales sino a cambios personales: más disfrute, más belleza corporal, encumbramiento social, adquisiones materiales, mayor productividad, etc. Por cierto, la riqueza del Estado conlleva también el aumento en la calidad de sus servicios y áreas de responsabilidad,  pero el destinatario no es el pueblo ni la gente, sino las personas o individuos.  La lógica del mercado, orientada por los factores de oferta y demanda, propone una inclusión económica, no social. Ésta entraña valores éticos, aquellas no. La ética va a dar a una suerte de utopía individual donde cada uno goza de derechos pero nadie puede imponerle deberes.  La sociedad, si alguien clama por cambiarla, es probable que deba parecerse a aquello que él o ella pretenden ser. Las etapas narcisistas se prolongan con los años como probablemente nunca antes. A falta de rey y con Dios devaluado, todos somos pequeños reyes y dioses. Todos somos jóvenes por más tiempo. La mecánica del disfrute gana terreno por sobre la del "deber",  palabra que se vuelve poco a poco menos comprensible. La invocación de deberes escasea mientras la de derechos abunda. Los deberes sociales, esas costumbres repetidas por generaciones que les fueron impuestas muy temprano incluso a nuestros padres,  en nuestro caso pueden esperar. Para los más jóvenes, quizás ya ni existan. Carecen de sentido.

Estos jóvenes adolescentes y veinteañeros tienen una amplia gama de identidades y asociaciones disponibles, la mayoría de ellas ligadas a bienes de consumo que constituyen la marca reconocible y a veces hasta congregante. Por otro lado, desde el punto de vista de sus intereses, los que podrían atraerlos hacia la política no son, ni ahora ni nunca, los principales gatillantes de sus acciones. De hecho los jóvenes se rigen más por expectativas que por intereses. Los adultos, por la sencilla razón de que han invertido su tiempo en poseer bienes de todo tipo, temen perderlos y se acostumbran a calcular los riesgos de sus decisiones. No por casualidad la política se parece hoy cada vez más a ellos, a gente mayor en quienes las expectativas van cediendo a los intereses y éstos van condicionando, con el menor riesgo posible, su voluntad y decisión.

Esta política anémica es difícil que remonte al punto de entusiasmar a los jóvenes, que por su parte demuestran una voluntad fatigada quizás a causa de tanto deseo consentido. El fenómeno MEO lo ha dejado bien claro. Los jóvenes en Chile siguen no estando ni ahí. Son, a diferencia de otros países, personas extremadamente descolgadas de las tradiciones de sus padres (considerando además que en Chile las tradiciones son escasas y escuálidas) y con fuerte afición a permanecer en una realidad paralela -típicamente adolescente y por lo tanto ajena al “mundo de los adultos”- en la que se sienten muy cómodos, quizás demasiado. Estando esa realidad paralela de tintes evasivos tan a la mano, la desidia que sigue a la satisfacción o que acompaña a entretenciones pasivas y sedentarias, ajenas a metas personales que requieran esfuerzo, crece y conspira contra la ejercitación de la voluntad. El resultado es que a los jóvenes les da “lata” hasta hacer una cola, aunque no si es para consumir.


Estos jóvenes -no todos, claro- se mueven por motivaciones que creen propias, pero que en verdad suele alimentar el mercado. ¿Podría surgir en este país una expectativa como la que hizo ganar a Obama en Estados Unidos? Post MEO, esta pregunta se hace cada vez más difícil de responder con un sí. ¿Y por qué se pudo en Estados Unidos? La pregunta queda planteada en caso de que se coincida en los supuestos aquí argumentados.

En la sociedad chilena, donde la capacidad de organización colectiva es muy baja y donde la vida doméstica reemplaza la vida pública, que se satisface bastante bien en la parcela televisiva o en el mar de Internet -dos placenteras pantallas que conectan con el mercado en la placenta hogareña-, la densidad de lo público desaparece detrás de tantos otros contenidos que apuntan más directamente a esta atención juvenil entrenada para la entretención.

Las vías de participación, los partidos, son ajenos a los jóvenes, y por lo mismo incluso a la realidad actual. No nos hemos dado ni cuenta, pero desde el 90 ningún partido nuevo ha surgido. El sistema binominal, ciertamente, entraba esta posibilidad mientras deja muy tranquilas a las dos coaliciones que se disputan el poder. Pero de fondo hay más que explicaciones solamente políticas.  La preeminencia del individuo, del gusto y el interés privados, no requiere del dirigente social que la política provee para prodigar satisfacción a sus problemas e ilusiones. Quienes tienen recursos para participar del mercado, allí irán a buscar soluciones. Si no, reclamarán a la autoridad, o bien -otro rasgo nacional-, se quedarán en la eterna queja. Si a la falta de recursos se añaden un carácter disipado y juntas descarriadas, el deseo ansioso o fetichismo esclavizante que el mercado y sus modelos pueden inducir favorecerá que dicha satisfacción se persiga incluso a punta de pistola, la tarjeta de crédito a mano para quien elige el camino más rápido. ¿Por qué desconocer los vínculos entre  el mercado y sus modelos y la ansiedad y hasta violencia resultante? Por supuesto, las drogas juegan aquí un rol, pero como instrumentos de satisfacción y evasión inmediata, están en la misma cadena.

¿En qué se parece esta socieadad a la que los partidos políticos se adecuaban? De hecho, la sociedad a la que la política está acostumbrada a dirigirse cuando enarbola banderas se ha desvanecido. Así las cosas, la decadencia de la política -si se quiere entender de este modo dramático- sería el reflejo, como corresponde a su nombre, de la situación de la ciudad. Sí, porque todo esto ocurre en la ciudad, donde el mercado se tomó la plaza pública y multiplicó los centros, centros que abundan ahora en todas partes y a la medida, centros que hacen perder el centro de referencia, esa utopía semántica que encarna la política, ella misma convertida ahora en un centro entre otros que debe competir por captar la atención. Y no la tiene fácil, pues sus competidores ofrecen utopías directo al deseo. No importa si son adictivas, lo importante es que sean de satisfacción instantánea.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Concertando una transfusión

En una muy buena columna, ayer Tironi tomó distancia del tablero post-CEP para analizar las alternativas que se les abren a los candidatos.
Recomiendo su lectura: www.etebe.cl/2009/09/los-caminos-se-bifurcan/

Por mi parte, concuerdo con el muy buen análisis, y además simple, del mapa electoral actual.

En el análisis comparativo entre el cuerpo partidista y el cuerpo empresarial, creo en cambio que se sobreestima el poder inercial de la marca Concertación encarnada por el poder de los partidos. Cuando se trata de los indecisos estructurales y los desencantados de centro izquierda hacia los que hay que dirigir la campaña, pienso que las cosas dependen más de las expectativas que de los intereses o fidelidades ante el enemigo común. En estos momentos, ¿se espera y prefiere una empresa que da seguridad a pesar de su lentitud e inercia, o una empresa con caras visibles que connotan mayor habilidad gestionadora e innovación? La primera alternativa es para la gente mayor, la segunda es para gente más joven y para apáticos inscritos.

Es cierto, las cabezas visibles, como la de un Steve Jobs, hacen perder peso al cuerpo. Pero la marca Concertación se ha desprestigiado por los movimientos de su cuerpo y ha resucitado un poco por su espíritu, encabezado, eso es cierto, por Bachelet. El proteccionismo social renueva los alcances del sentido original de la "Concertación" (aquel del 88), reflota su capital moral en la defensa y enaltecimiento de la dignidad de las personas, y reinstala el poder político al servicio de la justicia social. Dicho en simple, es el puente que conecta y da sentido al proceso de la Concertación, comenzando con el gobierno reconciliador de Aylwin hasta el presente. Pero si la "la gente" a la que se había convocado el 88 y 89 fue poco a poco intensificando sus expectativas de igualdad -con figuras  presidenciales que atestiguaban viejos sueños y anhelos truncados- al cabo de los años los emblemas de la Concertación fueron desperfilándose. El desarrollo económico aumentó las expectativas y ello trajo aparejadas nuevas problemáticas sociales que no se supieron ir integrando a una empresa de gobierno convocante en torno a un esfuerzo por la dignificación de las personas  en todos los planos. Esto, que la derecha no puede atribuirse a pesar de su ahínco persecutorio contra la delincuencia, se ha logrado inesperadamente a causa de la crisis, que ha dotado de sentido a una política social que de otro modo de seguro hubiese pasado casi desapercibida. Y es que sin el calce con los acontecimiento noticiosos, las políticas públicas no hacen mayor noticia. La crisis dio la oportunísima ocasión para que resplandeciera el manejo económico contracíclico y especialmente el sentido y la necesidad -pero sobre todo los beneficios- de la protección social. Pero es por todos sabido, no obstante, que este hecho benefició a Bachelet y Velasco (el corazón y el cerebro) sin atraerle mayor provecho a la Concertación. 
A fin de cuentas resulta más un incoveniente que una ventaja la asociación actual entre políticas sociales y la figura de Bachelet. A consecuencia de esto, no se advierte que la red de protección social sea un empeño concertacionista más en el combate contra la desigualdad -por no decir, tal como el AUGE, su garantización institucional- sino que se percibe, en el grueso de la población, como una iniciativa que trasluce la voluntad y sensibilidad de la primera Presidente mujer. Con este sello de autoría personal, a Piñera no le ha resultado difícil pretender apropiarse de  estas políticas públicas interpretando un personaje amoroso, claro que según el modo como su sector suele entender las políticas sociales, o sea como atractivas ofertas de mercado. Frente a las iniciativas de Estado destinadas a garantizarle sus derechos a las personas (salud, seguridad social, educación, trabajo y sincalización, entre otros), Piñera sube la apuesta traduciendo una orientación política profunda a ofertas de trabajo y cheques  a fecha para marzo. En este punto la Concertación podría recuperar credibilidad frente a la opinión pública  si consiguiese representar los ejes profundos que dan sentido a estas políticas sociales. Para ello es necesario encarnar su sostén básico: el respeto a las personas. La coherencia entre su sentir y su actuar es en Bachelet clara porque su comportamiento la transmite. Este comportamiento no se observa en cambio en los partidos concertacionistas a los cuales aparece asociado Frei, y esto al extremo de una diferenciación tan grande como la que hay entre la convicción y la conveniencia, detrás de la cual siempre se halla un cálculo contrapuesto a la sinceridad de una emoción.

Pensando pragmáticamente, la pregunta sobre cómo se dota a Frei de los poderes de Bachelet es mejor convertirla en cómo puede traspasársele a él el espíritu originario de la Concertación reencarnado por ella, la Presidenta de todos los chilenos. Es decir,  primero plantearse las cosas  desde un punto de vista político y sólo luego desde la dimensión personal o individual, pues habiéndose decidido los contenidos del mensaje tiene más aficacia seleccionar luego los atributos de la personalidad de Frei apropiados al caso. Pero aun antes que eso, la primera tarea consistiría en asimilar los valores de Bachelet con los valores de la Concertación, que es la plataforma sobre la cual se para Frei; a diferencia de Piñera, cuya plataforma son sus atributos personales. Hasta ahora se intentó, en cambio, una mera asociación de nombres entre  Bachelet y Frei, sumando además, pero con menor énfasis, el nombre Concertación.  También se ha intentado, con insistencia por la arremetida de Piñera, una asociación particular entre el futuro gobierno de Frei y la protección social de la Presidenta. ¿Ha sido suficiente? No. La razón ya está dicha: los derechos de autoría de la protección social se atribuyen únicamente a la voluntad y sensibilidad social de Bachelet, no a los principios políticos y fines sociales que orientan a la Concertación.

Ahora, post-CEP, el conglomerado concertacionista quiere apelar a su cuerpo, al poder de los partidos y del gobierno para llegar a la gente en todos los rincones del país. Pero, ¿con qué mensaje, cuál será la enseña de las banderas concertacionistas que ahora necesariamente se han de exhibir, cuál es el espíritu de este cuerpo? Se ha trabajado el mensaje de Frei, pero no lo que lo conecta con Bachelet. Las banderas de la Concertación hoy carecen de sentido, y si se las flameara, no aparecería en ellas un arcoiris, un símbolo de futuro para todos, sino una cruz sobre la palabra Derecha. ¿Es esta una causa que anima? Con la excepción del voto de izquierda extra-Concertación, no, no lo es. Si bien Frei tiene a favor un añoso e ideologizado padrón electoral, el electorado indeciso o desencantado, sin embargo, se inspira más con MEO e incluso con Piñera, quien, apropiándose de cuanta oferta atractiva sale al ruedo y dando una imagen más sensible de sí mismo, es menos fácil de identificar con la imagen en la que quiere situárselo, la de una derecha codiciosa y casi maligna. A esta polarización histórica, útil para centrar la contienda en dos oponentes y así desperfilar el centro que quiere bautizar MEO, falta dotarla de contenidos que recuperen con fuerza el espíritu  y el sentido de cohesión que animó a la Concertación. Para lograrlo, en primer lugar se deben oxigenar sus venas enriqueciendo el SENTIDO de su oferta, sólo así se podrá efectivamente perfilar a su oponente como un opuesto y no simplemente como un nombre tachado.
Estos contenidos deben estar conectados con las causas profundas de la popularidad de Bachelet y deben permitir identificar atributos que la Concertación puede demostrar y la Alianza no. Pero como hasta ahora al conglomerado oficialista, atacado por dos flancos, le ha faltado un mensaje que conecte su pasado con un futuro que haga sentido e inspire, el primer paso a dar debe consistir en devolverle la identidad de sus ideales y enseñar cuál es el ADN del espíritu concertacionista, el trasfondo valórico que le da sentido de futuro hoy.  Con la crisis haciendo noticia, Frei se lanzó contraponiendo Estado a Mercado, pero además de decir más y más Estado, no se ha logrado transmitir lo que Bachelet logra más claramente con una simple expresión de su rostro. No extraña, por lo tanto, que aún persista la percepción de que con Frei la Concertación (la suma de sus partidos) sólo busca perpetuarse en el poder.  Si no se configura un mensaje capaz de revertir esta percepción, perdiendo MEO no será fácil atraer sus votos y, en general, los de un público menos fiel pero simpatizante, o indeciso.

¿A qué echar mano?

La "Concertación" (no el conglomerado de partidos sino el nombre de una ilusión) no ha dejado de ser una fuente de recursos re-semantizables. Mi opinión, como he dicho aquí, es que el mensaje debiese articularse en base al relato del sentido representado por este nombre desde el día que surgió, recordándolo pero resignificándolo sobre todo como gesta por la dignidad de las personas, y ello mediante el reconocimiento explícito y efectivo de sus derechos equivalentes para todos, lo que tiene claro sentido para el segmento D, pero también debiera tenerlo para los C1-2-3 en cuanto se dijese que cada  persona tiene derecho a elevarse por sobre su condición actual. En dos palabras, hay que proyectar seguridad mediante el continuismo y nuevas conquistas mediante desafíos. Este último ingrediente podría, siguiendo la idea de la elevación, dar fuero a la ambición, valor equívoco propio a la derecha que hoy debiese acompañar al valor de la justicia social, más colectivo y menos individualista, pero carente de una significación potente para nuestra mentalidad cada vez más economicista. Lo que falta al mensaje de la dignidad es más y mejores oportunidades. Esto no representa parte constitutiva de la identidad y obra concertacionista, centrada en la categoría "gente" (sustituto de "pueblo") y no persona o, menos aun, individuo, pero no resulta difícil asociar a la dignidad de la gente la "dignificación propia" mediante el aprovechamiento de las oportunidades abiertas por un Estado que regula el neoliberalismo depredador de las PYMES, un hecho, este último, que atestigua la  ambición desmedida de los poderosos, su codicia.

Por lo tanto, para dar forma al relato, habría que decir que primero la Concertación defendió la dignidad de las personas, luego supo hacerla respetar creando el Estado de derecho apropiado, después -con Bachelet- la expandió rescatando otros derechos, y hacia adelante se propone consolidar y expandir aun más estos derechos y potenciar las oportunidades. Esto es la Concertación,  esta es la tarima y el corazón de Bachelet: una obra que para dignificar a las personas combatiendo la desigualdad, ha institucionalizado y garantizado sus derechos, y ahora, además de intensificar éstos con muchas medidas y particularmente una Constitución nueva, abrirá todas las oportunidades para que dichos derechos puedan materializarse y así las personas alcancen la dignidad que se merecen. De nuevo, la lógica mercantil de la derecha no puede ofrecer esto sin debilitar su credibilidad. El mayor capital de Piñera es representar una oportunidad de avance en un estadio donde la ambición por ir más lejos se ha ido convirtiendo en un motor más independiente. Él es el modelo de esta capacidad y ambición. Si la Concertación integrara en un mensaje la dignidad con una ambición menos individualista que la que implica la derecha,  habría buenas razones para enumerar las tareas que ella tiene pendientes, lo que conviene hacer detallando, mediante hitos, el decurso a través de sus cuatro gobiernos, entendido cada uno como una etapa lógica y progresiva de un proceso que permite ahora encarar determinados desafíos, cada vez más audaces, por el AMPLIADO bien de las personas. 

La Concertación es más que anti-Pinochet o, ahora, anti-derecha. Ella recobraría algo de su mística si se rescatasen sus ideales, anhelos, valores y principios, todos esos ánimos y esperanzas a los que ella, desde el comienzo, dio voz y albergó, y que con el tiempo, como marcha progresiva por su materialización, ha ido convirtiendo en sucesivas nuevas metas. Por esto es que no tiene sentido combatir a MEO, sino ampliarse hacia sus contornos bajo la consigna de la Concertación auténtica y la clave de lectura -que MEO no ha usado- de la dignificación de las personas. Estos desafíos, como quiere Girardi, tienen un tinte más progresista porque son, entre otras cosas, los que mejor refuerzan la identidad de la Concertación en oposición -nutrida de contenidos- a la derecha. Las banderas que MEO le robó a Frei para llevarlas más lejos no cabe duda que Frei debe recuperarlas, pero debe además traducirlas desde la consigna de los derechos civiles a una política progresista más bacheletista, como sería, en síntesis, ayudar a la gente de esfuerzo para que logre lo que se merece. La categoría "gente de esfuerzo" -como categoría suplementaria, en un segundo plano, a gente y personas- suma dignidad y oportunidad, esta última una noción de futuro potente que la derecha hasta el momento tiene registrada a su nombre. Mediante esta estrategia que también se enfoca en los individuos, debiera hacerse posible suturar parte de la brecha que MEO ha abierto mediante el fraccionamiento de la Concertación entre la progresista y la acomodada en el poder.
En cuanto la Concertación conecta con la guía de sus ideales, es sin duda la mejor y más sincera oferta para Chile. Mediante la construcción de un relato de este tipo, ella recobraría algo de su credibilidad y sentido de cohesión, tanto frente a la ciudadanía como dentro de sus propias filas. Esta es la Concertación que se identifica con Chile porque gobierna para el grueso de los chilenos, dignificándolos en primer lugar. Por supuesto, los ideales adquieren mayor significación cuando algo se opone a ellos. El opuesto a dibujar podría ser la derecha que no lucha por la dignidad de las personas, que no lucha contra la desigualdad ni contra los privilegios y sí por todo lo que convenga a las empresas, que tienen por fin principal ganar dinero. La derecha, cuyos dirigentes son todos del barrio alto santiaguino, concibe a las personas como votos o como empleados, pero no según sus derechos. Esto se encarna en las debilidades de Piñera comprobadas en encuestas, pero poco articuladas en un discurso con sentido que demuestre sus incompatibilidades con la guía de un país. El Piñera súper ofertador, regalando promesas y cheques a fecha para ganar, mercantilizando a las personas para ganar, disfrazándose de lo que no es para ganar, una persona que quiere ganar porque a eso está acotumbrada, a ganar por ganar, ganar para tener más, todos los medios ocupados para este fin estéril, todos los medios para demostrar que él es mejor que todos..., ¿es esta una persona que respeta a las personas o se sirve de ella para  alcanzar sus objetivos? Alguien que no está guiado por principios sino por el oportunismo con el fin de obtener lo que quiere puede decir y hacer lo que sea.  ¿Es este tipo de persona confiable para guiar los destinos de un país? Y recordar también cuánto ha hecho la derecha por apoyar los progresos de la Concertación y cuánto para obstaculizarlos.

Pero estos atributos negativos no deben ser imputaciones. Antes simplemente que como un enemigo peligroso, la Alianza debiera lucir a la luz de lo que es y no tiene, en contraste con lo que es y sí tiene la Concertación. Esta fue una clave en el éxito del No el 88: hablar de sí con esperanza más que del otro con malevolencia, porque lo que se dice refleja más a quien lo dice que a quien se alude. La propia luz de los atributos de la Concertación debiera poner en evidencia la ausencia de ideales en la Alianza. El lado B de la campaña en ningún caso debiese superar en intensidad al lado A, el positivo, que tendría que poder mostrar menos soberbia y más dignidad, una actitud menos desafiante y más honesta y serena

En cambio, apoyarse hoy exclusivamente en el anti-derechismo y en el potente rastrillo aportado por los partidos es darle la espalda a los votos que se sumarián a una causa renovada. MEO se robó esa renovación, pero como bien dice Tironi, no tiene mucho más que su voz y su cara. La Concertación tiene mucho más, pero no me refiero a su maquinaria pesada, sino al nombre Concertación, que debe ser reposicionado con sentido y orgullo, asociado igualmente a su espíritu, obra progresiva y tareas pendientes. La maquinaria tiene más fuerzas que sentidos para transitar correctamente el camino a seguir. Ese sentido debe aportarlo el líder, pero bajo la consigna común que lo une a la sensibilidad y norte de Bachelet y su gobierno.
El principal nutriente que aporta Bachelet, previo a su imagen, es su sangre, gracias a ella  aún bombea y se mantiene a duras penas vivo el corazón de la Concertación originaria. ¿Hacer una transfusión de Bachelet a Frei? Sí. Inyectarle el espíritu vivo de la "Concertación" presente hoy en Bachelet al cuerpo o conglomerado concertacionista y su líder. Esto es posible a través de las venas de la "Concertación", el nombre propio que no da nombre a una suma de partidos ambiciosos y egoístas, sino a un norte común que los inspira, reúne y organiza como un cuerpo -ojalá integrando más a la ciudadanía- cohesionado. Esta transfusión, en la medida que le permita a la Concertación mostrar un cambio de ánimo porque recupera su norte trazado (no transado), le facilita aparecer renovada. Esto es esencial. Por eso, antes de la transfusión, las venas deben ser tensionadas para combatir la autocomplacencia y pachorra que Bachelet no transmite. La receta que sintetiza esta candidatura que apuesta al futuro con los ideales del pasado sería COMPORTARSE como Bachelet, alguien que aún se inspira e inspira los ideales políticos que, si bien deben ir variando sus contenidos de modo que se entienda que los pasos a dar son nuevos pasos, se mantienen en el sendero que lleva hacia la dignificación de las personas mediante la profundización y garantización de sus derechos y oportunidades equivalentes. Y por lo mismo, para reforzar este discurso, habría que poner más acentos y tareas pendientes en el ítem oportunidades, que es la veta explotada por la derecha para granjearse vocación de "justicia social" (para el individuo esforzado y capaz que labra su propio futuro).

Distinto al caso de Bachelet, y pese a que Frei deberá atraer a su electorado en segunda vuelta, MEO se ha adelantado haciendo algo muy parecido a lo que la Concertación debiese hacer convirtiendo sus ideales fundacionales en ideas de futuro más progresistas: como un vampiro, ha estado succionando la sangre que podía mover aún los ánimos más frescos de un conglomerado anémico, manejado menos por anhelos que por los intereses cruzados de un puñado de personas no muy imaginativas que ha olvidado invocar el sentido originario del nombre que los acoge. Es este desbande de los partidos, que no se ven comprometidos más que con sus propios intereses, lo que nubla, aun más que la parquedad de Frei, su posibilidad de aparecer próximo y sensible a las inquietudes de la ciudadanía. Frei no tiene el discurso inspirador que lo disocie de la bulla de sus aliados, para quienes -y en esto el candidato queda implicado por su parca palabra-, alcanzar un quinto gobierno destella como un fin, no como un medio. Es este mezquino fin lo que traslucen el candidato y sus filas, el fin superior para el cual el poder es un medio no parece existir o no adquiere notoriedad, por eso es la salvaguardia del poder  lo que reluce en sus actos. Quizás los gobiernos de la Concertación no tuvieron siempre claro el norte, pero los nombres de quienes la encabezaron en su momento -Aylwin como padre de la Reconciliación, Frei como hijo de Frei, Lagos como la Izquierda y Bachelet como la Madre bondadosa- tuvieron siempre una connotación que abría una nueva esperanza. Hoy no. 
Por su parte, las propuestas ayudan poco si no se las impregna de un aura, aquello que alimenta las expectativas de las personas. Esta carencia hace lucir, en su lugar, las maniobras para retener el poder. Sin carisma y sin relato -esa plataforma de pasado que proyecta futuro-, el candidato evidencia también una falta de sentido de propósito donde empeñar su honestidad, una convicción que trascienda las conveniencias. Todas estas deben ser las causas de que hoy se apele a un voto contra la derecha, porque no hay una visión ni tampoco, por lo mismo, una misión. Este duelo pudo ser la causa convocante en el pasado, pero la de hoy no es la derecha de entonces y Piñera es más astuto que los anteriores presidenciables del sector, sobre todo tras las (e)lecciones de Lavín. Quizás esta causa anti-derechista pueda alinear a las tropas concertacionistas que hasta ayer lucían como un batallón desarticulado, pero no reflejarán muchos más anhelos que la lucha por el resguardo del poder. Este es hoy el fin.

Frei, por su parte, ni siquiera asoma como el líder de este fin, más atribuible a los denostados presidentes de partido entre los cuales por momentos se confunde. Ahora, al menos, éstos  se han alineado detrás suyo, lo que ayuda a que se advierta en él cierto liderazgo a pesar de haber hecho muy poco para merecerlo. Pero por eso, como a fin de cuentas no se trata de una persona que lidere partidos ni represente excesiva sensibilidad y entrega hacia las personas, su imagen, más vinculable a la seriedad de un cargo, requiere con urgencia de un relato que infunda ideales a su colectivo. ¿Cuáles? Los señalados, porque en sí mismos representan la convergencia e inmediatez entre el poder democrático y la ciudadanía... o "la gente". Una "ilusión" -la democracia sin intermediaciones- incombustible.

El gobierno inclusivo de Bachelet al menos ha logrado hacer sentir que las personas están primero. Frei no ha hablado mucho de economía ni de crecimiento, del que tanto se hablaba antes de la crisis, pero cuando lo haga, porque debe hacerlo y conviene que lo haga, su programa en esta área siempre puede darse a entender remarcando el beneficio que ello supone no sólo para el bolsillo, sino también para la dignidad de las personas, la causa inspiradora de la Concertación que la Presidenta Bachelet -puede decirse- ha vuelto a poner como brújula de todo cuanto debemos hacer. La Concertación se debe a la gente que quiere que en Chile se respete a cualquiera no por la plata que tiene sino por el derecho de todos a que se nos respete. De hecho, quizás ayude hablar del exitismo en nuestra sociedad y cómo  los ricos se siente superiores apoyados en la ausencia de valores, o cómo en las poblaciones se quita la vida a otro para ser más bakán, cómo el ganar por ganar o ganar para ser respetado trastoca nuestros valores fundamentales, asociando los valores concertacionistas con los de un Chile íntimo y auténtico que puede conectarse fácilmente con el lema que profesa la campaña, hasta ahora menos ético que material.
Los ideales concertacionistas que vale la pena reflotar no hay que simplemente atribuírselos clamando su propiedad; todo depende, al contrario, de que sean recuperados con  virtud y honestidad, para lo cual es mejor acusar su debilitamiento -algo en lo que la más amplia afinidad concertacionista coincidiría- y exhibir la explícita voluntad de recobrarlos. Este gesto redentor, conducido por la honestidad de Frei y dirigido hacia la Concertación, sobre todo a los partidos, dotaría a Frei del liderazgo que no ha tenido en parte por la falta de una empresa nueva comprensible a la que ligar su imagen de estadista. En segunda vuelta, sin el vociferante MEO en escena, una gesta reivindicativa que invitara a la ciudadanía a reconstruir los ideales fundacionales de la Concertación podría ser el caballito de batalla más punzante. En el manantial de la participación colaborativa se reaniman los sueños, las esperanzas y el futuro. Las empresas humanas más dignas e inspiradoras surgen a partir de una gallarda petición de ayuda que llama a superar la adversidad poniendo todos el hombro como un solo cuerpo. Pero claro, estas estrategias requieren audacia y coraje,  pasiones que no se conjugan con la inercia conservadora del poder.

Unas pocas palabras más sobre las opciones estratégicas de MEO post-CEP.

Por las razones recién expuestas -en absoluto casualmente contrarias a lo que MEO quiere representar dentro del universo de centro izquierda- nada fácil se ve por el momento convertir a este candidato en otro donante, algo que quizás cambie si MEO prefiere, ahora que sus reales posibilidades de amagar a Frei han decrecido significativamente (se ve difícil poder aumentar ahora al doble su ritmo de crecimiento), establecer puentes con ciertos actores más afines y accesibles de la Concertación, puentes que hagan verosímil su enquistamiento en calidad de retoño de futuras primaveras que, por ahora, da verdor a las añejas ramas de este árbol llamado Concertación, de follaje otoñal pero aún auxiliador. El problema es que esta mudanza es inimaginable por el momento, como también el lugar que ocuparía MEO dentro de la Concertación. La otra opción, más cierta considerando los argumentos y las embestidas contra la dirigencia concertacionista que usa MEO para posicionarse en el centro, es buscar instalarse en ese espacio levantando una proclama que mezcle y articule lo mejor -a juicio de él, que yo comparto- de la centro derecha (su incipiente liberalismo) y de la centro izquierda (su progresismo). Es decir, fundar un referente propio, sintético de dos mundos; algo parecido, aunque con distintos acentos, a la apropiación del centro por parte de la DC y sus dos almas en medio de la polarización extrema durante los 60. Pero claro, esta ambiciosa movida sería a costa de la propia DC, espacio que se disputa también Piñera y que Girardi quiere que el PPD cope. Si la Concertación no saliese ganadora en estas elecciones, MEO tendría esa oportunidad. En estos momentos, al margen de la campaña que aún tiene mucho que ofrecer, las facciones concertacionista y anti-concertacionista en su comando deben sostener sobre esto una ardiente discusión.