martes, 15 de septiembre de 2009

¿Por qué se inscribieron tan pocos jóvenes en los registros electorales?

Otra columna de Tironi que motiva un comentario de mi parte. Se trata esta vez de “No se inscribirán”, publicada hoy:
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2009/09/15/no-se-inscribiran.asp

Los jóvenes actuales se interesan poco no sólo en la política, también en el curso de los temas que afectan a la sociedad. ¿Por qué? Porque sus intereses se centran en la sociabilización de sus gustos y la comunidad que gira alrededor de ellos. No son hijos ni de Pinochet ni de la Concertación, su generación es hija del mercado, una época donde la política no ofrece nada parecidamente atractivo a las tantísimas ofertas de consumo  dedicadas a crear, satisfacer y alentar sus gustos.

Pero en décadas anteriores, los cordones umbilicales que conectaron a los jóvenes con la realidad social fueron políticos. Durante los años 60s y 70s, los índices de participación electoral aumentaron particularmente en este segmento etario. La causa fue la polarización, el enfrentamiento entre visiones de mundo opuestas, lo que se tradujo también en pugnas generacionales. En esos tiempos, la política fue central porque en su terreno se libró una batalla ideológica. Un escenario así de candente extendió su influencia y puso a lo social en el centro de estas miradas oponentes: mientras la izquierda quería transformar el statu quo, la derecha quería conservarlo. Así las cosas, la política podía concebirse como un medio determinante en procura de uno de estos fines; bastante concreto y reaccionario uno, bastante ideal y ansiado el otro. Más aun, cualquier agrupación joven tenía una posición activa respecto de la sociedad y la hacía saber mezclando la política con activismos de muy diferente cuño, pero siempre útiles para dar tiraje a la rebeldía juvenil. Los ídolos de aquella generación, personajes  selectos por vivir a fondo sus causas, no eran distintos a sus adoradores.


Hoy dichas causas políticas impulsadas por convicciones, expectativas, instinto gregario o lo que fuere, han dejado de existir como tales. Las causas o ideales aún existentes (ecológicas o humanitarias en su mayoría) no compiten en emoción con las ofertas del mercado. Con dinero se puede consumir de todo sin tomarse más tiempo que el que toma entretenerse. El aburrimiento -enemigo del consumo, el combustible que mueve al mercado- debe quedar a raya. Como dice Tironi parafraseando a Lipovetsky, la actual preponderancia del derecho al goce por sobre el deber y el compromiso determinan el actual escenario.

La explicación que yo me doy para entender este diagnóstico es la que vengo argumentando: los jóvenes actuales son hijos del mercado, no de las ideologías. Su atención, observo, no hace foco en algo que ataña a la sociedad en su conjunto. Ella se dispersa por cuanta oferta hay, y las ofertas, expuestas por los brazos mediáticos del mercado, son en verdad múltiples, muy variadas y dotadas, especialmente, de un poder seductor, simbólico e identitario mucho mayor que las ofertas políticas que cada cierto tiempo se acuerdan de los jóvenes. Y esto al punto que los jóvenes se parecen asombrosamente a esas ofertas. Muchos llegan a ocuparlas de modelo tal y como se les presentan en las innumerables vitrinas del mercado. ¿La razón? Así, tal como se venden, les dan el prestigio que ellos requieren. La creación de estas ofertas, que sigue una inteligencia de marketing probablemente más efectiva cada vez, determina que hablar de los jóvenes refiera hoy menos a una condición etaria o psicológica que a alguna agrupación con simbología particular, como los famosos pokemones, que tienen por lugar de encuentro las tiendas donde abastecen sus gustos y apariencia. Probablemente, la apreciación que tienen ellos de la sociedad está parcelada en conjuntos disociados de un todo unitario, aquella res publica de la que se ocupa la política.

Para jóvenes de mayor edad, empero, los problemas sociales que dan sentido a la política tampoco adquieren la suficiente notoriedad para despertar su interés. Viendo las cosas ahora desde este plano general, me pregunto: ¿qué es la sociedad hoy?, ¿qué es lo público? Casi todo se ha ido privatizando, pero en primer lugar la experiencia. El desarrollo económico impacta en el bolsillo, pero la mente y el comportamiento social se transforman. Los otrora ciudadanos han tendido hoy a convertirse en consumidores, reconocimiento de derechos incluido. Esta es hoy una sociedad cada vez menos asociada y confluyente en un todo y más fraccionada en partes disociadas de un centro orgánico. Las expectativas que alguna vez congregó la preocupación por lo público hoy son atraídas al mercado para satisfacer gustos e intereses de todo tipo, pero en general privados. Incluso el trabajo adquiere sentido en la medida que satisface el fin de poder participar más extensa y selectivamente de las ofertas omnipresentes.

De hecho, en el mercado se participa de muchos modos, no sólo de las ofertas de la moda o del día, de lo que se necesite o de lo que no se necesite pero se quiera tener quién sabe ya por qué, también de sus entretenciones públicas que atraen a jóvenes y adultos. La entretención ya es casi una máxima, una especie de derecho del consumidor que exige a los productos un formato ad hoc. Los noticiarios televisivos no son la excepción, y no sólo en Chile. Todo se convierte a esta lógica, no se sabe si primero fue el huevo o la gallina, la oferta o la demanda. El caso es que lo que le pasa a los productos también afecta a las personas. Pasa el tiempo y el comportamiento de éstas va reflejando la lógica del mercado, con agudizada competencia y exitismo en las instancias de trabajo y socialización, creciente adicción en las instancias de consumo y mayor hedonismo en las ocasiones de convivencia amistosa, todo condicionado por un deseo sobre-estimulado, como piensa Lipovetsky, que se impone con acentuada facilidad al deber.

En una sociedad donde la carencia ha cedido frente a la abundancia, no sorprende que la interacción con la realidad se articule crecientemente desde el individuo y escasamente desde la comunidad. Mimados por el mercado -otros lo estarán por el Estado- las expectativas no están asociadas a cambios sociales sino a cambios personales: más disfrute, más belleza corporal, encumbramiento social, adquisiones materiales, mayor productividad, etc. Por cierto, la riqueza del Estado conlleva también el aumento en la calidad de sus servicios y áreas de responsabilidad,  pero el destinatario no es el pueblo ni la gente, sino las personas o individuos.  La lógica del mercado, orientada por los factores de oferta y demanda, propone una inclusión económica, no social. Ésta entraña valores éticos, aquellas no. La ética va a dar a una suerte de utopía individual donde cada uno goza de derechos pero nadie puede imponerle deberes.  La sociedad, si alguien clama por cambiarla, es probable que deba parecerse a aquello que él o ella pretenden ser. Las etapas narcisistas se prolongan con los años como probablemente nunca antes. A falta de rey y con Dios devaluado, todos somos pequeños reyes y dioses. Todos somos jóvenes por más tiempo. La mecánica del disfrute gana terreno por sobre la del "deber",  palabra que se vuelve poco a poco menos comprensible. La invocación de deberes escasea mientras la de derechos abunda. Los deberes sociales, esas costumbres repetidas por generaciones que les fueron impuestas muy temprano incluso a nuestros padres,  en nuestro caso pueden esperar. Para los más jóvenes, quizás ya ni existan. Carecen de sentido.

Estos jóvenes adolescentes y veinteañeros tienen una amplia gama de identidades y asociaciones disponibles, la mayoría de ellas ligadas a bienes de consumo que constituyen la marca reconocible y a veces hasta congregante. Por otro lado, desde el punto de vista de sus intereses, los que podrían atraerlos hacia la política no son, ni ahora ni nunca, los principales gatillantes de sus acciones. De hecho los jóvenes se rigen más por expectativas que por intereses. Los adultos, por la sencilla razón de que han invertido su tiempo en poseer bienes de todo tipo, temen perderlos y se acostumbran a calcular los riesgos de sus decisiones. No por casualidad la política se parece hoy cada vez más a ellos, a gente mayor en quienes las expectativas van cediendo a los intereses y éstos van condicionando, con el menor riesgo posible, su voluntad y decisión.

Esta política anémica es difícil que remonte al punto de entusiasmar a los jóvenes, que por su parte demuestran una voluntad fatigada quizás a causa de tanto deseo consentido. El fenómeno MEO lo ha dejado bien claro. Los jóvenes en Chile siguen no estando ni ahí. Son, a diferencia de otros países, personas extremadamente descolgadas de las tradiciones de sus padres (considerando además que en Chile las tradiciones son escasas y escuálidas) y con fuerte afición a permanecer en una realidad paralela -típicamente adolescente y por lo tanto ajena al “mundo de los adultos”- en la que se sienten muy cómodos, quizás demasiado. Estando esa realidad paralela de tintes evasivos tan a la mano, la desidia que sigue a la satisfacción o que acompaña a entretenciones pasivas y sedentarias, ajenas a metas personales que requieran esfuerzo, crece y conspira contra la ejercitación de la voluntad. El resultado es que a los jóvenes les da “lata” hasta hacer una cola, aunque no si es para consumir.


Estos jóvenes -no todos, claro- se mueven por motivaciones que creen propias, pero que en verdad suele alimentar el mercado. ¿Podría surgir en este país una expectativa como la que hizo ganar a Obama en Estados Unidos? Post MEO, esta pregunta se hace cada vez más difícil de responder con un sí. ¿Y por qué se pudo en Estados Unidos? La pregunta queda planteada en caso de que se coincida en los supuestos aquí argumentados.

En la sociedad chilena, donde la capacidad de organización colectiva es muy baja y donde la vida doméstica reemplaza la vida pública, que se satisface bastante bien en la parcela televisiva o en el mar de Internet -dos placenteras pantallas que conectan con el mercado en la placenta hogareña-, la densidad de lo público desaparece detrás de tantos otros contenidos que apuntan más directamente a esta atención juvenil entrenada para la entretención.

Las vías de participación, los partidos, son ajenos a los jóvenes, y por lo mismo incluso a la realidad actual. No nos hemos dado ni cuenta, pero desde el 90 ningún partido nuevo ha surgido. El sistema binominal, ciertamente, entraba esta posibilidad mientras deja muy tranquilas a las dos coaliciones que se disputan el poder. Pero de fondo hay más que explicaciones solamente políticas.  La preeminencia del individuo, del gusto y el interés privados, no requiere del dirigente social que la política provee para prodigar satisfacción a sus problemas e ilusiones. Quienes tienen recursos para participar del mercado, allí irán a buscar soluciones. Si no, reclamarán a la autoridad, o bien -otro rasgo nacional-, se quedarán en la eterna queja. Si a la falta de recursos se añaden un carácter disipado y juntas descarriadas, el deseo ansioso o fetichismo esclavizante que el mercado y sus modelos pueden inducir favorecerá que dicha satisfacción se persiga incluso a punta de pistola, la tarjeta de crédito a mano para quien elige el camino más rápido. ¿Por qué desconocer los vínculos entre  el mercado y sus modelos y la ansiedad y hasta violencia resultante? Por supuesto, las drogas juegan aquí un rol, pero como instrumentos de satisfacción y evasión inmediata, están en la misma cadena.

¿En qué se parece esta socieadad a la que los partidos políticos se adecuaban? De hecho, la sociedad a la que la política está acostumbrada a dirigirse cuando enarbola banderas se ha desvanecido. Así las cosas, la decadencia de la política -si se quiere entender de este modo dramático- sería el reflejo, como corresponde a su nombre, de la situación de la ciudad. Sí, porque todo esto ocurre en la ciudad, donde el mercado se tomó la plaza pública y multiplicó los centros, centros que abundan ahora en todas partes y a la medida, centros que hacen perder el centro de referencia, esa utopía semántica que encarna la política, ella misma convertida ahora en un centro entre otros que debe competir por captar la atención. Y no la tiene fácil, pues sus competidores ofrecen utopías directo al deseo. No importa si son adictivas, lo importante es que sean de satisfacción instantánea.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Concertando una transfusión

En una muy buena columna, ayer Tironi tomó distancia del tablero post-CEP para analizar las alternativas que se les abren a los candidatos.
Recomiendo su lectura: www.etebe.cl/2009/09/los-caminos-se-bifurcan/

Por mi parte, concuerdo con el muy buen análisis, y además simple, del mapa electoral actual.

En el análisis comparativo entre el cuerpo partidista y el cuerpo empresarial, creo en cambio que se sobreestima el poder inercial de la marca Concertación encarnada por el poder de los partidos. Cuando se trata de los indecisos estructurales y los desencantados de centro izquierda hacia los que hay que dirigir la campaña, pienso que las cosas dependen más de las expectativas que de los intereses o fidelidades ante el enemigo común. En estos momentos, ¿se espera y prefiere una empresa que da seguridad a pesar de su lentitud e inercia, o una empresa con caras visibles que connotan mayor habilidad gestionadora e innovación? La primera alternativa es para la gente mayor, la segunda es para gente más joven y para apáticos inscritos.

Es cierto, las cabezas visibles, como la de un Steve Jobs, hacen perder peso al cuerpo. Pero la marca Concertación se ha desprestigiado por los movimientos de su cuerpo y ha resucitado un poco por su espíritu, encabezado, eso es cierto, por Bachelet. El proteccionismo social renueva los alcances del sentido original de la "Concertación" (aquel del 88), reflota su capital moral en la defensa y enaltecimiento de la dignidad de las personas, y reinstala el poder político al servicio de la justicia social. Dicho en simple, es el puente que conecta y da sentido al proceso de la Concertación, comenzando con el gobierno reconciliador de Aylwin hasta el presente. Pero si la "la gente" a la que se había convocado el 88 y 89 fue poco a poco intensificando sus expectativas de igualdad -con figuras  presidenciales que atestiguaban viejos sueños y anhelos truncados- al cabo de los años los emblemas de la Concertación fueron desperfilándose. El desarrollo económico aumentó las expectativas y ello trajo aparejadas nuevas problemáticas sociales que no se supieron ir integrando a una empresa de gobierno convocante en torno a un esfuerzo por la dignificación de las personas  en todos los planos. Esto, que la derecha no puede atribuirse a pesar de su ahínco persecutorio contra la delincuencia, se ha logrado inesperadamente a causa de la crisis, que ha dotado de sentido a una política social que de otro modo de seguro hubiese pasado casi desapercibida. Y es que sin el calce con los acontecimiento noticiosos, las políticas públicas no hacen mayor noticia. La crisis dio la oportunísima ocasión para que resplandeciera el manejo económico contracíclico y especialmente el sentido y la necesidad -pero sobre todo los beneficios- de la protección social. Pero es por todos sabido, no obstante, que este hecho benefició a Bachelet y Velasco (el corazón y el cerebro) sin atraerle mayor provecho a la Concertación. 
A fin de cuentas resulta más un incoveniente que una ventaja la asociación actual entre políticas sociales y la figura de Bachelet. A consecuencia de esto, no se advierte que la red de protección social sea un empeño concertacionista más en el combate contra la desigualdad -por no decir, tal como el AUGE, su garantización institucional- sino que se percibe, en el grueso de la población, como una iniciativa que trasluce la voluntad y sensibilidad de la primera Presidente mujer. Con este sello de autoría personal, a Piñera no le ha resultado difícil pretender apropiarse de  estas políticas públicas interpretando un personaje amoroso, claro que según el modo como su sector suele entender las políticas sociales, o sea como atractivas ofertas de mercado. Frente a las iniciativas de Estado destinadas a garantizarle sus derechos a las personas (salud, seguridad social, educación, trabajo y sincalización, entre otros), Piñera sube la apuesta traduciendo una orientación política profunda a ofertas de trabajo y cheques  a fecha para marzo. En este punto la Concertación podría recuperar credibilidad frente a la opinión pública  si consiguiese representar los ejes profundos que dan sentido a estas políticas sociales. Para ello es necesario encarnar su sostén básico: el respeto a las personas. La coherencia entre su sentir y su actuar es en Bachelet clara porque su comportamiento la transmite. Este comportamiento no se observa en cambio en los partidos concertacionistas a los cuales aparece asociado Frei, y esto al extremo de una diferenciación tan grande como la que hay entre la convicción y la conveniencia, detrás de la cual siempre se halla un cálculo contrapuesto a la sinceridad de una emoción.

Pensando pragmáticamente, la pregunta sobre cómo se dota a Frei de los poderes de Bachelet es mejor convertirla en cómo puede traspasársele a él el espíritu originario de la Concertación reencarnado por ella, la Presidenta de todos los chilenos. Es decir,  primero plantearse las cosas  desde un punto de vista político y sólo luego desde la dimensión personal o individual, pues habiéndose decidido los contenidos del mensaje tiene más aficacia seleccionar luego los atributos de la personalidad de Frei apropiados al caso. Pero aun antes que eso, la primera tarea consistiría en asimilar los valores de Bachelet con los valores de la Concertación, que es la plataforma sobre la cual se para Frei; a diferencia de Piñera, cuya plataforma son sus atributos personales. Hasta ahora se intentó, en cambio, una mera asociación de nombres entre  Bachelet y Frei, sumando además, pero con menor énfasis, el nombre Concertación.  También se ha intentado, con insistencia por la arremetida de Piñera, una asociación particular entre el futuro gobierno de Frei y la protección social de la Presidenta. ¿Ha sido suficiente? No. La razón ya está dicha: los derechos de autoría de la protección social se atribuyen únicamente a la voluntad y sensibilidad social de Bachelet, no a los principios políticos y fines sociales que orientan a la Concertación.

Ahora, post-CEP, el conglomerado concertacionista quiere apelar a su cuerpo, al poder de los partidos y del gobierno para llegar a la gente en todos los rincones del país. Pero, ¿con qué mensaje, cuál será la enseña de las banderas concertacionistas que ahora necesariamente se han de exhibir, cuál es el espíritu de este cuerpo? Se ha trabajado el mensaje de Frei, pero no lo que lo conecta con Bachelet. Las banderas de la Concertación hoy carecen de sentido, y si se las flameara, no aparecería en ellas un arcoiris, un símbolo de futuro para todos, sino una cruz sobre la palabra Derecha. ¿Es esta una causa que anima? Con la excepción del voto de izquierda extra-Concertación, no, no lo es. Si bien Frei tiene a favor un añoso e ideologizado padrón electoral, el electorado indeciso o desencantado, sin embargo, se inspira más con MEO e incluso con Piñera, quien, apropiándose de cuanta oferta atractiva sale al ruedo y dando una imagen más sensible de sí mismo, es menos fácil de identificar con la imagen en la que quiere situárselo, la de una derecha codiciosa y casi maligna. A esta polarización histórica, útil para centrar la contienda en dos oponentes y así desperfilar el centro que quiere bautizar MEO, falta dotarla de contenidos que recuperen con fuerza el espíritu  y el sentido de cohesión que animó a la Concertación. Para lograrlo, en primer lugar se deben oxigenar sus venas enriqueciendo el SENTIDO de su oferta, sólo así se podrá efectivamente perfilar a su oponente como un opuesto y no simplemente como un nombre tachado.
Estos contenidos deben estar conectados con las causas profundas de la popularidad de Bachelet y deben permitir identificar atributos que la Concertación puede demostrar y la Alianza no. Pero como hasta ahora al conglomerado oficialista, atacado por dos flancos, le ha faltado un mensaje que conecte su pasado con un futuro que haga sentido e inspire, el primer paso a dar debe consistir en devolverle la identidad de sus ideales y enseñar cuál es el ADN del espíritu concertacionista, el trasfondo valórico que le da sentido de futuro hoy.  Con la crisis haciendo noticia, Frei se lanzó contraponiendo Estado a Mercado, pero además de decir más y más Estado, no se ha logrado transmitir lo que Bachelet logra más claramente con una simple expresión de su rostro. No extraña, por lo tanto, que aún persista la percepción de que con Frei la Concertación (la suma de sus partidos) sólo busca perpetuarse en el poder.  Si no se configura un mensaje capaz de revertir esta percepción, perdiendo MEO no será fácil atraer sus votos y, en general, los de un público menos fiel pero simpatizante, o indeciso.

¿A qué echar mano?

La "Concertación" (no el conglomerado de partidos sino el nombre de una ilusión) no ha dejado de ser una fuente de recursos re-semantizables. Mi opinión, como he dicho aquí, es que el mensaje debiese articularse en base al relato del sentido representado por este nombre desde el día que surgió, recordándolo pero resignificándolo sobre todo como gesta por la dignidad de las personas, y ello mediante el reconocimiento explícito y efectivo de sus derechos equivalentes para todos, lo que tiene claro sentido para el segmento D, pero también debiera tenerlo para los C1-2-3 en cuanto se dijese que cada  persona tiene derecho a elevarse por sobre su condición actual. En dos palabras, hay que proyectar seguridad mediante el continuismo y nuevas conquistas mediante desafíos. Este último ingrediente podría, siguiendo la idea de la elevación, dar fuero a la ambición, valor equívoco propio a la derecha que hoy debiese acompañar al valor de la justicia social, más colectivo y menos individualista, pero carente de una significación potente para nuestra mentalidad cada vez más economicista. Lo que falta al mensaje de la dignidad es más y mejores oportunidades. Esto no representa parte constitutiva de la identidad y obra concertacionista, centrada en la categoría "gente" (sustituto de "pueblo") y no persona o, menos aun, individuo, pero no resulta difícil asociar a la dignidad de la gente la "dignificación propia" mediante el aprovechamiento de las oportunidades abiertas por un Estado que regula el neoliberalismo depredador de las PYMES, un hecho, este último, que atestigua la  ambición desmedida de los poderosos, su codicia.

Por lo tanto, para dar forma al relato, habría que decir que primero la Concertación defendió la dignidad de las personas, luego supo hacerla respetar creando el Estado de derecho apropiado, después -con Bachelet- la expandió rescatando otros derechos, y hacia adelante se propone consolidar y expandir aun más estos derechos y potenciar las oportunidades. Esto es la Concertación,  esta es la tarima y el corazón de Bachelet: una obra que para dignificar a las personas combatiendo la desigualdad, ha institucionalizado y garantizado sus derechos, y ahora, además de intensificar éstos con muchas medidas y particularmente una Constitución nueva, abrirá todas las oportunidades para que dichos derechos puedan materializarse y así las personas alcancen la dignidad que se merecen. De nuevo, la lógica mercantil de la derecha no puede ofrecer esto sin debilitar su credibilidad. El mayor capital de Piñera es representar una oportunidad de avance en un estadio donde la ambición por ir más lejos se ha ido convirtiendo en un motor más independiente. Él es el modelo de esta capacidad y ambición. Si la Concertación integrara en un mensaje la dignidad con una ambición menos individualista que la que implica la derecha,  habría buenas razones para enumerar las tareas que ella tiene pendientes, lo que conviene hacer detallando, mediante hitos, el decurso a través de sus cuatro gobiernos, entendido cada uno como una etapa lógica y progresiva de un proceso que permite ahora encarar determinados desafíos, cada vez más audaces, por el AMPLIADO bien de las personas. 

La Concertación es más que anti-Pinochet o, ahora, anti-derecha. Ella recobraría algo de su mística si se rescatasen sus ideales, anhelos, valores y principios, todos esos ánimos y esperanzas a los que ella, desde el comienzo, dio voz y albergó, y que con el tiempo, como marcha progresiva por su materialización, ha ido convirtiendo en sucesivas nuevas metas. Por esto es que no tiene sentido combatir a MEO, sino ampliarse hacia sus contornos bajo la consigna de la Concertación auténtica y la clave de lectura -que MEO no ha usado- de la dignificación de las personas. Estos desafíos, como quiere Girardi, tienen un tinte más progresista porque son, entre otras cosas, los que mejor refuerzan la identidad de la Concertación en oposición -nutrida de contenidos- a la derecha. Las banderas que MEO le robó a Frei para llevarlas más lejos no cabe duda que Frei debe recuperarlas, pero debe además traducirlas desde la consigna de los derechos civiles a una política progresista más bacheletista, como sería, en síntesis, ayudar a la gente de esfuerzo para que logre lo que se merece. La categoría "gente de esfuerzo" -como categoría suplementaria, en un segundo plano, a gente y personas- suma dignidad y oportunidad, esta última una noción de futuro potente que la derecha hasta el momento tiene registrada a su nombre. Mediante esta estrategia que también se enfoca en los individuos, debiera hacerse posible suturar parte de la brecha que MEO ha abierto mediante el fraccionamiento de la Concertación entre la progresista y la acomodada en el poder.
En cuanto la Concertación conecta con la guía de sus ideales, es sin duda la mejor y más sincera oferta para Chile. Mediante la construcción de un relato de este tipo, ella recobraría algo de su credibilidad y sentido de cohesión, tanto frente a la ciudadanía como dentro de sus propias filas. Esta es la Concertación que se identifica con Chile porque gobierna para el grueso de los chilenos, dignificándolos en primer lugar. Por supuesto, los ideales adquieren mayor significación cuando algo se opone a ellos. El opuesto a dibujar podría ser la derecha que no lucha por la dignidad de las personas, que no lucha contra la desigualdad ni contra los privilegios y sí por todo lo que convenga a las empresas, que tienen por fin principal ganar dinero. La derecha, cuyos dirigentes son todos del barrio alto santiaguino, concibe a las personas como votos o como empleados, pero no según sus derechos. Esto se encarna en las debilidades de Piñera comprobadas en encuestas, pero poco articuladas en un discurso con sentido que demuestre sus incompatibilidades con la guía de un país. El Piñera súper ofertador, regalando promesas y cheques a fecha para ganar, mercantilizando a las personas para ganar, disfrazándose de lo que no es para ganar, una persona que quiere ganar porque a eso está acotumbrada, a ganar por ganar, ganar para tener más, todos los medios ocupados para este fin estéril, todos los medios para demostrar que él es mejor que todos..., ¿es esta una persona que respeta a las personas o se sirve de ella para  alcanzar sus objetivos? Alguien que no está guiado por principios sino por el oportunismo con el fin de obtener lo que quiere puede decir y hacer lo que sea.  ¿Es este tipo de persona confiable para guiar los destinos de un país? Y recordar también cuánto ha hecho la derecha por apoyar los progresos de la Concertación y cuánto para obstaculizarlos.

Pero estos atributos negativos no deben ser imputaciones. Antes simplemente que como un enemigo peligroso, la Alianza debiera lucir a la luz de lo que es y no tiene, en contraste con lo que es y sí tiene la Concertación. Esta fue una clave en el éxito del No el 88: hablar de sí con esperanza más que del otro con malevolencia, porque lo que se dice refleja más a quien lo dice que a quien se alude. La propia luz de los atributos de la Concertación debiera poner en evidencia la ausencia de ideales en la Alianza. El lado B de la campaña en ningún caso debiese superar en intensidad al lado A, el positivo, que tendría que poder mostrar menos soberbia y más dignidad, una actitud menos desafiante y más honesta y serena

En cambio, apoyarse hoy exclusivamente en el anti-derechismo y en el potente rastrillo aportado por los partidos es darle la espalda a los votos que se sumarián a una causa renovada. MEO se robó esa renovación, pero como bien dice Tironi, no tiene mucho más que su voz y su cara. La Concertación tiene mucho más, pero no me refiero a su maquinaria pesada, sino al nombre Concertación, que debe ser reposicionado con sentido y orgullo, asociado igualmente a su espíritu, obra progresiva y tareas pendientes. La maquinaria tiene más fuerzas que sentidos para transitar correctamente el camino a seguir. Ese sentido debe aportarlo el líder, pero bajo la consigna común que lo une a la sensibilidad y norte de Bachelet y su gobierno.
El principal nutriente que aporta Bachelet, previo a su imagen, es su sangre, gracias a ella  aún bombea y se mantiene a duras penas vivo el corazón de la Concertación originaria. ¿Hacer una transfusión de Bachelet a Frei? Sí. Inyectarle el espíritu vivo de la "Concertación" presente hoy en Bachelet al cuerpo o conglomerado concertacionista y su líder. Esto es posible a través de las venas de la "Concertación", el nombre propio que no da nombre a una suma de partidos ambiciosos y egoístas, sino a un norte común que los inspira, reúne y organiza como un cuerpo -ojalá integrando más a la ciudadanía- cohesionado. Esta transfusión, en la medida que le permita a la Concertación mostrar un cambio de ánimo porque recupera su norte trazado (no transado), le facilita aparecer renovada. Esto es esencial. Por eso, antes de la transfusión, las venas deben ser tensionadas para combatir la autocomplacencia y pachorra que Bachelet no transmite. La receta que sintetiza esta candidatura que apuesta al futuro con los ideales del pasado sería COMPORTARSE como Bachelet, alguien que aún se inspira e inspira los ideales políticos que, si bien deben ir variando sus contenidos de modo que se entienda que los pasos a dar son nuevos pasos, se mantienen en el sendero que lleva hacia la dignificación de las personas mediante la profundización y garantización de sus derechos y oportunidades equivalentes. Y por lo mismo, para reforzar este discurso, habría que poner más acentos y tareas pendientes en el ítem oportunidades, que es la veta explotada por la derecha para granjearse vocación de "justicia social" (para el individuo esforzado y capaz que labra su propio futuro).

Distinto al caso de Bachelet, y pese a que Frei deberá atraer a su electorado en segunda vuelta, MEO se ha adelantado haciendo algo muy parecido a lo que la Concertación debiese hacer convirtiendo sus ideales fundacionales en ideas de futuro más progresistas: como un vampiro, ha estado succionando la sangre que podía mover aún los ánimos más frescos de un conglomerado anémico, manejado menos por anhelos que por los intereses cruzados de un puñado de personas no muy imaginativas que ha olvidado invocar el sentido originario del nombre que los acoge. Es este desbande de los partidos, que no se ven comprometidos más que con sus propios intereses, lo que nubla, aun más que la parquedad de Frei, su posibilidad de aparecer próximo y sensible a las inquietudes de la ciudadanía. Frei no tiene el discurso inspirador que lo disocie de la bulla de sus aliados, para quienes -y en esto el candidato queda implicado por su parca palabra-, alcanzar un quinto gobierno destella como un fin, no como un medio. Es este mezquino fin lo que traslucen el candidato y sus filas, el fin superior para el cual el poder es un medio no parece existir o no adquiere notoriedad, por eso es la salvaguardia del poder  lo que reluce en sus actos. Quizás los gobiernos de la Concertación no tuvieron siempre claro el norte, pero los nombres de quienes la encabezaron en su momento -Aylwin como padre de la Reconciliación, Frei como hijo de Frei, Lagos como la Izquierda y Bachelet como la Madre bondadosa- tuvieron siempre una connotación que abría una nueva esperanza. Hoy no. 
Por su parte, las propuestas ayudan poco si no se las impregna de un aura, aquello que alimenta las expectativas de las personas. Esta carencia hace lucir, en su lugar, las maniobras para retener el poder. Sin carisma y sin relato -esa plataforma de pasado que proyecta futuro-, el candidato evidencia también una falta de sentido de propósito donde empeñar su honestidad, una convicción que trascienda las conveniencias. Todas estas deben ser las causas de que hoy se apele a un voto contra la derecha, porque no hay una visión ni tampoco, por lo mismo, una misión. Este duelo pudo ser la causa convocante en el pasado, pero la de hoy no es la derecha de entonces y Piñera es más astuto que los anteriores presidenciables del sector, sobre todo tras las (e)lecciones de Lavín. Quizás esta causa anti-derechista pueda alinear a las tropas concertacionistas que hasta ayer lucían como un batallón desarticulado, pero no reflejarán muchos más anhelos que la lucha por el resguardo del poder. Este es hoy el fin.

Frei, por su parte, ni siquiera asoma como el líder de este fin, más atribuible a los denostados presidentes de partido entre los cuales por momentos se confunde. Ahora, al menos, éstos  se han alineado detrás suyo, lo que ayuda a que se advierta en él cierto liderazgo a pesar de haber hecho muy poco para merecerlo. Pero por eso, como a fin de cuentas no se trata de una persona que lidere partidos ni represente excesiva sensibilidad y entrega hacia las personas, su imagen, más vinculable a la seriedad de un cargo, requiere con urgencia de un relato que infunda ideales a su colectivo. ¿Cuáles? Los señalados, porque en sí mismos representan la convergencia e inmediatez entre el poder democrático y la ciudadanía... o "la gente". Una "ilusión" -la democracia sin intermediaciones- incombustible.

El gobierno inclusivo de Bachelet al menos ha logrado hacer sentir que las personas están primero. Frei no ha hablado mucho de economía ni de crecimiento, del que tanto se hablaba antes de la crisis, pero cuando lo haga, porque debe hacerlo y conviene que lo haga, su programa en esta área siempre puede darse a entender remarcando el beneficio que ello supone no sólo para el bolsillo, sino también para la dignidad de las personas, la causa inspiradora de la Concertación que la Presidenta Bachelet -puede decirse- ha vuelto a poner como brújula de todo cuanto debemos hacer. La Concertación se debe a la gente que quiere que en Chile se respete a cualquiera no por la plata que tiene sino por el derecho de todos a que se nos respete. De hecho, quizás ayude hablar del exitismo en nuestra sociedad y cómo  los ricos se siente superiores apoyados en la ausencia de valores, o cómo en las poblaciones se quita la vida a otro para ser más bakán, cómo el ganar por ganar o ganar para ser respetado trastoca nuestros valores fundamentales, asociando los valores concertacionistas con los de un Chile íntimo y auténtico que puede conectarse fácilmente con el lema que profesa la campaña, hasta ahora menos ético que material.
Los ideales concertacionistas que vale la pena reflotar no hay que simplemente atribuírselos clamando su propiedad; todo depende, al contrario, de que sean recuperados con  virtud y honestidad, para lo cual es mejor acusar su debilitamiento -algo en lo que la más amplia afinidad concertacionista coincidiría- y exhibir la explícita voluntad de recobrarlos. Este gesto redentor, conducido por la honestidad de Frei y dirigido hacia la Concertación, sobre todo a los partidos, dotaría a Frei del liderazgo que no ha tenido en parte por la falta de una empresa nueva comprensible a la que ligar su imagen de estadista. En segunda vuelta, sin el vociferante MEO en escena, una gesta reivindicativa que invitara a la ciudadanía a reconstruir los ideales fundacionales de la Concertación podría ser el caballito de batalla más punzante. En el manantial de la participación colaborativa se reaniman los sueños, las esperanzas y el futuro. Las empresas humanas más dignas e inspiradoras surgen a partir de una gallarda petición de ayuda que llama a superar la adversidad poniendo todos el hombro como un solo cuerpo. Pero claro, estas estrategias requieren audacia y coraje,  pasiones que no se conjugan con la inercia conservadora del poder.

Unas pocas palabras más sobre las opciones estratégicas de MEO post-CEP.

Por las razones recién expuestas -en absoluto casualmente contrarias a lo que MEO quiere representar dentro del universo de centro izquierda- nada fácil se ve por el momento convertir a este candidato en otro donante, algo que quizás cambie si MEO prefiere, ahora que sus reales posibilidades de amagar a Frei han decrecido significativamente (se ve difícil poder aumentar ahora al doble su ritmo de crecimiento), establecer puentes con ciertos actores más afines y accesibles de la Concertación, puentes que hagan verosímil su enquistamiento en calidad de retoño de futuras primaveras que, por ahora, da verdor a las añejas ramas de este árbol llamado Concertación, de follaje otoñal pero aún auxiliador. El problema es que esta mudanza es inimaginable por el momento, como también el lugar que ocuparía MEO dentro de la Concertación. La otra opción, más cierta considerando los argumentos y las embestidas contra la dirigencia concertacionista que usa MEO para posicionarse en el centro, es buscar instalarse en ese espacio levantando una proclama que mezcle y articule lo mejor -a juicio de él, que yo comparto- de la centro derecha (su incipiente liberalismo) y de la centro izquierda (su progresismo). Es decir, fundar un referente propio, sintético de dos mundos; algo parecido, aunque con distintos acentos, a la apropiación del centro por parte de la DC y sus dos almas en medio de la polarización extrema durante los 60. Pero claro, esta ambiciosa movida sería a costa de la propia DC, espacio que se disputa también Piñera y que Girardi quiere que el PPD cope. Si la Concertación no saliese ganadora en estas elecciones, MEO tendría esa oportunidad. En estos momentos, al margen de la campaña que aún tiene mucho que ofrecer, las facciones concertacionista y anti-concertacionista en su comando deben sostener sobre esto una ardiente discusión.

martes, 1 de septiembre de 2009

El travestismo de Piñera y el plan de MEO

En columna de hoy Tironi señala que la estrategia de campaña de Piñera consiste últimamente en mimetizarse con la Concertación.
"El desalojo, la mimetización, y el dilema de Allamand": http://www.etebe.cl/2009/09/el-desalojo-la-mimetizacion-y-allamand/comment-page-1/#comment-469

Algunas ideas al respecto:

Sin necesidad de objetar la tesis de la mímesis, que suscribo por varias razones comenzando por el repunte de la popularidad de Bachelet y su gobierno, la estrategia mimética queda en mi opinión comprendida dentro de la tosca táctica del ofertón.

Cuando surgió con fuerza el lema de la protección social, en el comando de Piñera no se demoraron en decidir que ellos lo mantendrían y aumentarían su cobertura... a la clase media. Pero esto no era totalmente nuevo. Desde hacía tiempo las ofertas de ese comando desafiaban la credulidad de las personas con criterio político formado. Para entenderlo hay que remontarse a fines del año pasado. ¿Qué hicieron Piñera y su comando cuando estalló la crisis en la cara del neoliberalismo y luego se vio a Frei tomando las banderas del Estado moral en contra del candidato millonario de la derecha? La decisión estratégica no buscó disociar a su candidato del polo atacado confundiéndolo con el polo rival. Eso fue más bien un efecto fortuito y posterior. Lo que intencionadamente hizo fue disociar a Piñera del neoliberalismo codicioso.

Pero el comando piñerista no contrarrestó este capital moral de la Concertación contraponiendo alguno propio. ¿Cuál habría podido ser un valor moral de peso -medianamente identificable con ese sector- distinto a la mera oposición acusatoria contra los desaciertos, ligerezas y rapacería de la Concertación? La estrategia adoptada fue convertir a Piñera en un hombre con corazón y dadivoso. Pero esto no se llevó a cabo con una cirugía plástica mayor sino hasta el auge de la protección social. De hecho, hasta entonces  la Alianza continuó hablando a través de sus voceros desacreditadores de la Concertación: Víctor Pérez y Nicolás Monckeberg. Mientras tanto, sin abandonar del todo esta lucha, Piñera cultivaba una imagen que escapaba a los arquetipos valóricos de la derecha prefiriendo las sonrisas pero dando prioridad, como el 2005 contra Bachelet, a sus atributos duros relacionados con su capacidad de gestión. Aquí, sin embargo, se produjo otro vuelco. La  percepción de mala gestión del gobierno comenzó a descender a medida que el atinado discurso oficialista frente a la  crisis comenzaba a hacer populares las políticas de protección social de Bachelet. Entonces el posicionamiento duro de Piñera se hizo insuficiente. Las aguas de nuevo mudaban su curso.
En medio de la campaña, con una sobresaliente plasticidad política, la opción de vestir a Piñera con las prendas de la  protección social costó muy poco decidirla y adoptarla. ¿Se buscaba la mímesis? No lo creo. Lo que impulsó la decisión debió ser más bien la archi-conocida y fácil táctica del ofertón, que no duda en modificar apariencias y poner nombre y categoría de plan a cada promesa con tal de darle credibilidad a lo que la gente quiere escuchar. Detrás de esta oferta de mayor protección social no hay principios. Por eso, es cierto que hay travestismo político, pero la inspiración es más bien táctica que estratégica. Piñera es un hombre de oportunidades más que de principios, uno de los cuales, la bandera neoliberal que da coherencia a las abundantes élites de su sector, se ha guardado en casa. Esta bandera principalmente económica que beneficia los intereses del sector y que difícilmente ha dejado de defenderse pese a la crisis, no se alzó ni siquiera a medias tintas en esta campaña, mientras que la cantinela acusatoria de un Estado ineficiente y manilargo calló y cedió la voz al himno de la protección social que el candidato de pronto entonó con sorprendente propiedad. Por lo tanto, si se ha dicho, con razón, que la Alianza podría llegar al gobierno por los desaciertos de la Concertación, ahora habría que agregar que también gracias a sus virtudes.

Piñera sabe que las ofertas de campaña se olvidan tras la investidura presidencial y que ahora lo que conviene es prometer el oro y el moro. Salvo lo que sus estudios demográficos sindican como escasamente popular, ha abierto todas las puertas a la esperanza, especialmente aquellas que le sirven para combatir la imagen que sus oponentes han resaltado:  un hombre adinerado movido por el interés, egoísta, sin corazón, ajeno a cualquier política de protección social. Lo contrario fue representado por la  presidenta incluso antes de serlo, desde el comienzo de su campaña se potenció su asociación con el arquetipo materno, la generosa acogida y protección de una madre. Piñera, hoy convertido en un candidato amoroso que habla y habla de sus sentimientos, necesita de esta humanización para darle credibilidad a sus generosas ofertas. Y claro, también para mejorar en atributos, sobre todo aquellos en los que el electorado femenino, que le ha sido esquivo, lo desestima.
Con respecto al caso actual de Allamand, a quien Tironi, recordándolo por su tesis del desalojo, imagina muy incómodo con la actual campaña de su colegionario, habría que estar en sus zapatos para saber qué piensa y siente, pero si piensa más de lo que siente, seguro que ganar las elecciones se antepone a cualquier cómo. De hecho cumple un rol estratégico en el comando y acompañó a Piñera en su gira europea, viéndoselos a ambos convesando con un Sarkosy  que seguro les recomendó copiar las garantías sociales propias a la social democracia, como se sabe que ha actuado la derecha europea en sus sonados triunfos electorales estos últimos años. Esto, si no lo sabían, debió aclararles el camino, claro que se tardaron poco en aprovechar la oportunidad para imprimirle el sello ofertón extendiendo  a nombre propio un cheque a fecha del Estado.

Y sobre la tesis del desalojo, yo no desmerecería la importancia que pudo tener para generar un clima de “ya basta”. Si él postuló su tesis como una punta de lanza para la comunicación estratégica en una campaña pro Alianza, entonces ya es otra cosa: un error. Pero convengamos: el posicionamiento de Piñera, el piso del que no baja y excede el porcentaje de votación histórico de la derecha, se perfiló en base a la oposición frentre a los desaciertos de la Concertación. De allí, combinado con su imagen de empresario exitoso, devino la impresión de su capacidad superior. Ahora su campaña está dedicada a reforzar estos dos atributos en una misma persona: sensible y fuerte, amoroso y capaz. Lo mejor de la mujer y lo mejor del hombre. Como dice Parra: izquierda y derecha juntas, jamás serán vencidas. Y ya comienza, como conviene en la recta final, a adoptar poses de estadista haciendo llamados a los chilenos y a Chile, palabra que probablemente irá sonando con mayor frecuencia de ahora en adelante.

Con respecto a sus rivales, desde luego que este posicionamiento menos oponente y más próximo a la Concertación absorbe a Frei, quien lo sigue no tan de lejos en la cueca ofertona mientras intenta reinstalar la polaridad para capitalizar mejor una ventaja a su haber: el añoso padrón electoral. MEO por su parte, mientras las encuestas pongan en duda la competitividad de Frei en segunda vuelta, puede continuar corriendo el cerco contra la política de los abusadores del poder cada vez más hacia un costado del territorio de la Concertación, con miras a salvar e identificarse con su corazón. ¿Divide -a los presidentes de partido de los demás- y vencerás? El terreno a conquistar, además de algún dirigente o autoridad, es la mejor obra y sobre todo el mejor espíritu y mística de la Concertación, aquella del 88. Instalado en el mediocampo, articulando el descontento hacia la Concertación con propuestas más audaces y progresistas que, de hecho, fueron otro gatillante de los ofertones de Piñera y Frei, a MEO se lo ha oído decir ahora que es "heredero" de la Concertación. Esto suena a agradecimiento, pero también, si anteponemos el correspondiente artículo a esta palabra, a sucesión dinástica.
¿Profundizará MEO este posicionamiento que aún es sólo potencial, una alternativa entre no muchas otras para crecer significativamente? ¿Seguirá luchando con miras a una segunda vuelta o ya con miras a consolidar un referente que congregue un porcentaje muy relevante de votación para su futuro? Ahora viene una nueva CEP, momento para hacer balances con la mirada muy concentrada en el tablero. Tras las sonrisas de rigor, los movimientos de fichas nos delatarán las nuevas estrategias y con ellas quedarán al descubierto las verdaderas posiciones en el tablero.