domingo, 30 de agosto de 2009

Traduciendo "Concertación"

Max Marambio declara en el Clinic del jueves pasado que "la candidatura de Marco nace necesariamente del éxito de la Concertación". Y completa: "de lo bueno y malo acumulado en la Concertación".

Valgan algunas precisiones a las palabras de Marambio.

El piso de la Concertación ciertamente posibilitó la emergencia del llamado "fenómeno MEO". Parado en él, el candidato ha sido beligerante, sí, pero nunca contra ella. A diferencia de quienes han buscado posicionarse decretando su ocaso, como la derecha y Zaldívar, MEO evitó hasta ahora, conscientemente, siquiera nombrarla. Su blanco predilecto han sido siempre los presidentes de sus partidos. Y cuando dejó el PS, los siguió atacando a ellos casi sin nombrar a la Concertación.

Esta candidatura surgió como arenga contra los abusos de los cuales MEO se declaró víctima. Cargando las tintas, su acusación  pintó como maquiavélica confabulación y secuestro de la política el accionar de sus antagonistas. La pendencia justiciera, sin embargo, necesitaba más que críticas a estos adversarios predilectos, necesitaba mayor vuelo y justificación; faltaba el propósito, la tortilla para la cual se rompen los huevos. A la crítica furiosa siguieron pronto, aprovechando siempre el solitario febrero, propuestas que mostraban a la política de un modo inusitadamente fresco y bastante próximo a anhelos que ya ni se asociaban con ella, pero que comenzaron adquirir sustancia en tanto se admitía la tesis conspirativa antidemocrática. El coraje mayor de MEO ha sido precisamente éste: devolverle plasticidad a la política, lo que ha intentado dividiendo a los políticos entre buenos y malos, siendo los malos los conservadores, o sea los acomodados en el poder. Así se granjeó el apoyo de quienes abominan de los políticos pero se interesan en la política.
Esta chispeante combinación entre críticas y propuestas ha permanecido como la columna vertebral de la campaña porque una y otra se afirman y potencian gracias a su oposición. Hasta aquí, casi nada sobre la Concertación. Aunque la crítica aguerrida y por momentos desaconsejablemente destemplada continúa, recién ahora comienza a advertirse el reconocimiento a lo bueno de ella. ¿En qué consiste éste? Marambio admite un hecho indesmentible: MEO se dio a conocer y parte de su popularidad se deben a la Concertación y sus logros; pero hoy en boca de MEO, con las encuestas mostrándolo a tiro de bala de Frei, el nombre Concertación tiene una connotación más espiritual que material. De fondo la intención es parcialmente la misma: preparar una eventual segunda vuelta extendiendo puentes hacia los concertacionistas más cercanos a las élites dirigentes (lo que buscaba hacer Correa desde la otra orilla).

Pero MEO pretende más.

La reserva a usar el nombre Concertación se explica por su polisemia.  MEO produjo aquí una distinción clave. Tras identificar las manzanas podridas, la Concertación, al final, no era en conjunto la responsable de las malas prácticas. Hacía rato que sus opositores venían vapuleando su nombre y asociándolo a un todo decrépito. MEO hizo algo distinto, ofreció un diagnóstico que reconocía las causas del mal. Hasta ahí, la palabra Concertación seguía sin apenas salir de su boca.  Pero ahora, de a poco, comienza a hacerlo, claro que este nombre entre tanto ha sido rehabilitado y hoy se lo puede invocar disociado de la incompetencia o la corrupción, que se ha adherido a culpables con rostro y manejos reconocibles. Esto gracias en parte, además de Bachelet y sus políticas sociales más vistosas, al propio MEO, pues junto con elevar su propia credibilidad declarando desde dentro la enfermedad (no la muerte) del conglomerado, ha abierto las puertas a pensar la posibilidad de su saneamiento.

Dado esto, ¿qué invoca MEO cuando ahora comienza a usar la palabra Concertación? Se refiere menos al conglomerado de partidos que al ideal que enlazó a éstos. Este sentido originario, más puro y poderoso es el del 88, cargado por las expectativas de lo que entonces se llamaba "el retorno de la democracia". Pero ¿qué puede pretenderse hoy con esta idea de Concertación? Muy simple: es la manera de  ligar la gobernabilidad que ella -saneada- provee, con la ilusión que despierta un sentido de sociedad más igualitario. El exorcismo practicado al conglomerado -primero desde dentro y luego tomando coherente distancia- permitiría augurar una renovación profunda y el destierro de una democracia raptada para satisfacer el interés de los partidos.

Pero no se trata, en todo caso, de reponer a la Concertación, sino sólo de traducir su nombre a su origen y luego a un nuevo referente. Sólo quien pueda arrogarse ese nombre en el sentido ideal tendría  autoridad para traducirlo a un nuevo nombre que conserve el poder originario de aquél y permita reconvocar con rejuvenecidas esperanzas aquella mayoría. No es menos cierto, empero, que los actuales electores, si bien son casi los mismos del 88, ahora están menos jóvenes. Hacia adelante, con el voto voluntario, las cosas pueden variar mucho, demasiado para considerarlas bajo este mismo prisma.

Pero independiente de la suerte que sigan los acontecimientos, la clave estratégica de MEO ha estado en proveer las víctimas propiciatorias para expiar los pecados que mancillaban un nombre y marca cuya reputación puede hasta cierto punto ser repuesta para su beneficio y no el de sus contendores en primera vuelta. No hay expiación sin culpables, y las culpas que se les pueden atribuir a estas alturas a los acusados de MEO pueden ser todas las que identifican a la Concertación con las prácticas que la han anquilosado. Navarro en cambio no supo ni pudo hacer esto: habló de la ilusión perdida, pero al no apoyar su alternativa con la declaración de un culpable, perdió la oportunidad de darle verosimilitud a una refundación de la mayoría de centro-izquierda por la vía de reencarnar su cohesión. Para ello se necesita mística, una misión y una visión de país, una épica que congregue ánimos y voluntades. Por cierto, siempre habrá mayor sentido colectivo cuando exista o se invente un enemigo. MEO sí halló su Pinochet dentro de la Concertación. Purgado el nombre de ésta y rescatado su poder estratégico, sólo faltaría que MEO consiguiese aparecer como su reformador para facilitar a los representantes de ese conglomerado sumarse a sus filas sin poner en evidencia un incómodo cambio de camiseta. Eso si las encuestas justifican esta opción y sus críticas destempladas dejan de abundar en calificaciones de mal gusto hacia el gobierno, con quien debe sumar amigos antes que enemigos.

Recapitulando la estrategia:
1.- Dividir a la Concertación entre los malos (sus pocos raptores) y muchísimos (cada vez más) buenos, distinguiendo además y más ampliamente  entre políticos conservadores y pogresistas (los buenos y malos en ambos bandos), con lo cual se afirma su propio progresismo (contrario al estancamiento al que los presidentes de partido han llevado a la Concertación) y se debilita un buen poco la oposición derecha-izquierda que es útil a la Concertación de Frei.
2.- Invocar lo mejor de la Concertación y espiritualizar su sentido para debilitar el peso material de los partidos gobernados por estos dirigentes y facilitar así, en segunda vuelta, el flujo del concertacionismo hacia su campaña.

Por cierto, este coqueteo con la putativa esencia virtuosa de la Concertación puede servirle para ir desplazando de su escenario a Frei. Éste ha quedado parado en un lugar que está entre la corrupción y una ilusión desvanecida, necesitando desenmascarar a la derecha como el enemigo del interés común de los chilenos. La opción de Frei hoy sólo parece depender del voto duro concertacionista fiel a su enemistad con una derecha que esta vez, no obstante, tiene en Piñera a un candidato camaleón difícil de acorralar y meter en esa jaula. Antes de esto, Frei tuvo una oportunidad estratégica que vistas las cosas hoy era la mejor. De haber ganado las primarias con MEO compitiendo y luego integrar a sus lemas de campaña las banderas progresistas (que justifican un quinto gobierno de la Concertación como etapa lógica de un proceso gradual y progresivo), habría aligerado la carga de una Concertación marchita. A MEO probablemente le hubiera ganado, pues éste habría carecido de suficiente tiempo para posicionarse sin el combustible que le permitió despegar: su victimización y posterior recolección épica de firmas contra un sistema político farsante e injusto. A la postre, esas primarias tan condicionadas fueron el mayor enemigo de Frei. Gracias a ellas surgió por los palos un zaherido MEO, quien de pasada le arrebató a Frei, mientras dormía satisfecho su siesta vacacional, el impulso de cambio renovador que lo volvió atractivo durante fines del 2008. Ese impulso MEO supo llevarlo más lejos y apropiarse, hasta ahora, del poder del nombre progresismo.
Todo esto, sumado a los desacomodos entre sus filas, neutralizó hasta ahora el ascenso de Frei en las encuestas. Por eso quizás sea más justo impugnar a las circunstancias que produjo MEO que a las decisiones de Halpern la táctica de guerrila que fuera de tiempo siguió enfrentando a Frei con su rival predilecto: Piñera, el ladino millonario. Pero también debe reconocerse que a pesar de la entrada de MEO en escena Frei quizá pudo mantener su perfilamiento de cambio. Siendo él un símbolo de honestidad y moderación, pudo crecer como la alternativa progre oficial menos aventurera que la del joven apasionado e inexperto; aunque claro, no habría sido fácil con MEO posicionándose como portador del cambio de centro izquierda y atacándolo insistentemente mientras Piñera a su vez aprovechaba la oportunidad y se movía hacia la izquierda traspasando el centro.

Lo importante es esto: MEO desacreditó el bipolarismo inercial de las candidaturas de los dos bloques. Hasta su aparición, Frei había dejado a un lado sus bríos renovadores para concentrarse en la lucha  ideológica que aprovechaba la crisis para alentar un Estado protector de los débiles frente a los abusos de los que tienen más. Esto comenzaba a complicar la oposición que ya había instalado la derecha atacando la ineficiencia y corrupción para posicionar la necesidad del "cambio" (o sea la alternancia) y potenciar los atributos de Piñera relativos a la gestión. Todo esto acompañado de mucho fuego de trinchera mediática para derribar finalmente ante la opinión pública a la carcomida Concertación. Pero estaba escrito que Marco buscaría sacarle tajada a la Concertación y con ello desvirtuaría el juego bipolar a costa de ella y no de la derecha, que con presteza ante la aparición de este nuevo enemigo de Frei acalló su furia y se puso a avivar el incendio de MEO. Luego vendrían los ofertones de las candidaturas polares para no quedar mal parados frente al progresismo de MEO. En esa línea, Piñera fue dando unos disimulados saltitos hasta quedar insospechadamente cerca de Bachelet y sus políticas públicas. Y ahí está ahora, bien parado para rescatar sus atributos duros mezclándolos con las nuevas adquisiciones blandas justo antes de comenzar la recta final, cuando toca hablar a Chile.

Volviendo a la tesis central, MEO no disparó, como la derecha, a la bandada concertacionista. Tampoco a su nombre. El joven francotirador díscolo prefirió ofrecer  víctimas con rostro. Contra ellas preparó y consumó el sacrificio expiatorio de la Concertación, lo que rindió frutos porque la marca Concertación no fue atacada, sólo omitida. Ella es un activo que no ha muerto aún y podría ser recapitalizado. MEO todavía no lo hace, pero mucho no le costaría. Todo depende de que logre efectivamente, mediante las encuestas, amagar a Frei apareciendo más cerca suyo pero sobre todo más competitivo que él en la segunda vuelta contra Piñera. ¿Lo logrará?

Pese a tanta habilidad estratégico-comunicacional, lo más probable es que MEO se quede corto y su estrategia no le alcance para llevarse el trofeo en esta ronda. Hacia adelante los escenarios para él son diversos, aunque no tan impredecibles si gana Piñera. Pero hoy, aunque él no pasase a segunda vuelta, los efectos políticos de su diagnóstico y propuestas trascienden su figura y hacen presumible, con la emergencia de nuevas voces y tonos suscitados, un ejercicio menos inercial de la política. Ella parece hoy un terreno más fértil para las innovaciones, pero no en ausencia de quienes han logrado esto sin darle tregua a la propia política, exigiéndola con firmeza y pasión.